sábado, 16 de junio de 2007

Dueñas de todas las épocas

Es muy común que un artista, sobre todo cuando está empezando en lo suyo, quiera singularizarse, mostrar su diferencia, su ser único. No importa si escribe poemas, hace dibujos o filma con una súper-cámara. Se rompe la cabeza pensando de qué forma va a sorprender, cómo lo van a identificar, busca con locura qué imagen es tan suya para que enseguida se pueda señalar una diferencia. ¿¿Cuál debe ser mi estilo?? se repite una y otra vez. Es difícil porque todo le parece hecho, como si alguien antes hubiera pasado por lo mismo y ya lo hubiera realizado. Es muy habitual encontrar a un amigo que te pregunta: “¿¿no sabés si alguien ya hizo tal o cual cosa?? Porque se me ocurrió una idea genial, que súper va conmigo pero tengo miedo de que alguien ya haya hecho algo parecido”. El artista joven es una novedad y lo cierto es que la novedad debe ser realmente nueva por definición. El artista joven debe redefinir la novedad para que lo suyo sea considerado como tal y por lo tanto intenta por todos los medios inventar algo que lo defina con la sola mirada.
Incluso artistas que buscan en los modos del pasado, en el mundo clásico de la historia del arte: Nahuel Vecino, Lula Mari, Max Gómez Canle, Florencia Rodríguez Giles, son decenas los que toman un material que pertenece a otra época y momentos y se lo apropia, le pone su toque mágico y personal.
Pero ahora quiero hablar de alguien de quien ya hablé en otra oportunidad y tomó un camino absolutamente inverso. Me refiero a la excepcional serie Flores de Noemí Aira.
Noemí encontró lo más simple, inmediato, aquello que ya casi no puede codificarse: fotografió flores. Muchas flores.
De Fanin-Latour a Warhol, de Fortunato Lacamera a Berni, miles de artistas en todo el planeta se fascinaron con las flores. Las flores son todo y nada, tienen todas las épocas, son la representación más acabada y previsible de lo bello, del amor, de la pasión, de lo natural, del artificio; fueron emblemas poderosísimos, del art nouveau al hippismo ¡¡el flower power!! Y son sólo y nada más y nada menos que eso: flores. ¿¿A quién no le gustan las flores?? Una de las sensaciones más inolvidables que tuve en mi vida fue cuando un chico, que encima no me gustaba mucho, me regaló flores ¡¡caí rendida!! Durante años ese romanticismo me había parecido algo espantoso, y de repente con un acto tan elemental, bobo y contundente me sacudió salvajemente. Hubo algo ritual, algo que venía del fondo de quien sabe qué tiempos, pero me encantó. Lo pienso ahora y me parece una estupidez, pero no puedo dejar de agradecer esa sensación.
Las flores de Noemí Aira tienen eso: son tan bellas, tan previsiblemente y convencionalmente bellas que nos conmueven.
Siempre pensé que lo que yo elegía, eso que me hacía yo, finalmente tenía que chocar con el gusto de papá y mamá. Cuando ellos se asustaban con mis gustos, pretendía saber en lo más profundo de mí que iba por el buen camino. Y aún es algo que me mueve y que afirmo. Pero ¡¡cómo iba a perderme estas flores!! Son tan inofensivas, no nos proponen ningún riesgo, ningún cruzar la norma, ninguna novedad ¡¡y sin embargo nos hipnotizan!!
Son tan potentes, tanto.
¿¿Qué más decirles??