miércoles, 31 de octubre de 2007

Como si fuera una new age de ácido pero sin químicos evidentes

En una época mi tía estaba hiperfan de la revista Uno Mismo y de otras publicaciones new age. Yo era chiquita, pero me vuelven imágenes como en sueños. Mi tía se esforzaba por ser buena onda incluso en situaciones en las que no daba para nada que lo fuera.
Con el tiempo admiro esa decisión, que me parece un proyecto muy grosso. Mi tía sigue diciendo “tenemos que conectarnos con aquello que nos da placer”.
Esta premisa me dejó perpleja varios días, después de no haberla recordado durante unos cuantos años.
Creo que nuestra generación tiene eso de encontrar el placer en el transcurrir permanente. No podemos no hacer. Siempre hacemos. A veces rebien, otras regulares e incluso desastrosas. Pero seguimos. Y aceptamos cada uno de esos pasos. Antes los artistas se “editaban” más, se recontruían demasiado a sí mismos retrospectivamente.
Esa es una actitud muy vieja. Hoy, simplemente, seguimos. Probamos y seguimos.
Noto eso en las obras de Amadeo Azar. De Eduardo Navarro. Suceden. Se suceden. Son importantes en todos sus espacios detenidos. No importa. Porque lo que se lee es la continuidad. El trazo sostenido.

Todos estos días mi cabeza convivió con la impresión de retinas hipnotizadas: el transcurrir de Juan Allaría. Porque en la obra de Juan todo transcurre. En otras obras una tiene que ver bien dónde está el foco, cual es el objetivo.
Con Juan avanzamos a otro estado, mucho más dinámico y vedettista, con una histeria mínima.
Juan capta la perfección milimétrica del caos moderado. Nunca el gran caos, pero menos aún la tranquilidad.
Juan sigue. Vemos el movimiento global de cada obra afectar a las demás. Una gran opera, en todo sentido.
Admiro a Juan Allaría, admiro esa agitación calma de sus pinturas tan pobladas.
Admiro el tesón.
Porque de eso se trata. De qué manera se descubrieron las morisquetas del destino, en que tiempo compartido.
Siempre esa multitud que más parece un mosaico de posibilidades. Incluso en el ojo de esa pequeña masa.
Y Juan es el radar que no se pierde detalle.
Que todo lo capta.
Sin necesidad de fabricarse ejemplos en contrario.

lunes, 29 de octubre de 2007

Trazos de chicas

Pienso en todo lo que nos deja la idea palabra trazo. Nuestra vida es un trazo. Un dibujo es un trazo pero nuestra caligrafía también. Un trazo es una huella, pero al mismo tiempo es la condición de nuestro estilo. Digo ¿¿qué tiene de particular el trazo de las chicas?? ¿¿De qué otras cosas participa ese trazo??
Me despierto sabiendo que, más allá de las preferencias políticas, de los odios y las adhesiones, en Argentina el próximo presidente será una mujer. En Chile también el presidente es una mujer. ¿¿Qué tiene de diferencial sus trazos??
Me gusta investigar como las chicas construyen el trazo de chica. Cuales son los mecanismos. Desde Flavia Da Rin a Lula Mari, de Diana Aisenberg a Magdalena Mujica que es la artista que hoy me ocupa, todas estas chicas se piensan y se sienten desde trazos. La divina de Adri Minolitti encuentra piernas en sus trazos. Dibujar es una forma de construir la vida, como pintar.
Cuando estamos en crisis, lo mejor es dibujar, pintar, escribir. Buscar formas. Dar forma. Cuando estamos eufóricas, cuando todo nos salió bien, cuando queremos festejar y agradecer, nada mejor que seguir trazando, que dibujar, escribir, pintar. No siempre para acumular, para llevar registro. Simplemente para dejar trazos. Para hacerlo circular.
Nuestra existencia es una continuidad de trazos. Obra a obra, prueba a prueba, vamos imprimiendo nuestro trazo a las cosas.
La obra de Magdalena Mujica va develando ese transcurrir del trazo. Porque ya no importa la novedad, sino la hondura de tu trazo.
Ya sé, hondura es una palabra difícil. Pero ¿¿cuál no lo es?? Trazo también lo es. Pero para investigar la hondura y el trazo lo mejor es volver a recomenzar.
Porque el trazo nunca se acaba. Siempre recomienza. Tenemos la impresión de que nuestra vida avanza en capítulos. La pensamos como una narración. Como una película. Pero lo único real es que nunca dejamos de realizar trazos. Lo que sucede es que a veces esos trazos no nos interesan. No los recogemos. Los dejamos perdidos.
Magdalena es minuciosa con sus trazos. Todas las nenas son diferentes: nosotras lo sabemos bien. En el trazo de una niña se encuentra todo su adn sensible. Por eso es rebueno volver a revisar la construcción del trazo.
En uno de los últimos post ¡¡ya hace tanto y sin embargo tan cerca!! me referí a la obra de Nat Oliva / Fortuny. En sus fotografías de mundos digitales también explora un trazo. Porque siempre hay un trazo antes que nosotras. Y sin embargo, sabemos que cada mañana comenzamos la tarea de diferenciar ese trazo, el nuestro, aunque no sea algo que hagamos como obligación. Es al revés: nos encantaría que nuestro trazo sirva para desanudar. Para deshacer y volver a construir. Por eso las niñas, una vez más. Las niñas realizadas por lo que queda en nosotras de niñas. O contra. No sé. Pero las niñas no se acaban jamás porque el trazo no se acaba.
Porque Barbie no es nuestro trazo. Porque no queremos.
Porque buscamos en tantos rostros y cuerpos el enigma de la madurez (Lula Mari), del ser una misma (Flavia Da Rin), de un universo que nos contagia (Adri Minolitti), de una vida que nos desborda (Diana Aisenberg) y de un estilo que nos dispare (Magdalena Mujica).
Chicas: nada supera nuestro trazo.

jueves, 18 de octubre de 2007

Tuneando las actualizaciones del presente

Holiiiiiiiiii!!
Cómo están, tanto tiempo!!
Mao y Lenin no es un proyecto comercial, es una parte de mi cerebro y mi corazón, una cuota reimportante de lo que soy expuesta en un blog. No podría transformarse jamás en una obligación. Muchas veces confundimos obligación con necesidad y no tienen mucho que ver. A la necesidad no la obliga nadie. Soy de las que creen que una elige su necesidad. Y por eso se vuelve aún más necesidad.
Escribir es parte de un biorritmo. Nuestras emociones se toman su tiempo para volverse palabras. Esto que escribo no tiene nada de metafórico. Y lo digo precisamente porque estuve una vez más exiliada, y durante mi exilio de internet recibí un montón de mails. ¡¡Y me encanta recibirlos!! Y les agradezco porque absolutamente todos tienen muy buena onda.
Chicos: estoy rebien. Yo también los extraño pero necesito guardarme, pensarme.
Ustedes saben que cuando me pica el bichito de la necesidad ya no paro. Escribo y escribo. Porque no puedo hacer otra cosa. Lo mismo que me sucede cuando necesito replegarme, como todo este tiempo. Todos los períodos de una vida son especiales. Por suerte. Así pienso y siento yo. Y soy muy consecuente con esto.
Ya lejano el episodio Second Life les cuento: al final la gente que hace Argentonia no tenía nada que ver con mi exclusión. Todo solucionado. Pero eso no tiene nada que ver con que no me guste mucho ese mundo virtual. Por ahí más adelante hay otros que me gustan más. No sé, no logro engancharme. Como si me pasó cuando conocí la obra de Alejandro Thornton. Será que tengo una especial predilección por el dibujo. Hay algo tan inmediato, tan espontáneo en los trazos de Alejandro que hace que me guste muchísimo lo que hace.
Pertenece a los sueños visuales de una generación. Su estética es pariente de muchas otras que conocemos bien y son parte de la escenografía de esta década. Es un estilo muy 2000. Y desde los detalles, Alejandro tunea su personalidad. Me reinteresa esto del dibujo como tuneo, como forma de personalizar arte de una época. Max Gómez Canle hace lo mismo pero con el arte del pasado. Vuelve reactual pinturas de otras épocas. Alejandro vuelve actual el presente. Es muy loco esto de actualizar el presente. En esta actualización de sí mismo por medio de imágenes familiares a todos nos dispara más pistas sobre cómo vivir el presente. Sobre sus formas. Pertenece a un grupo diverso de artistas que se apropian de las imágenes circulantes para interrogarlas.
Alejandro vuelve artesanales imágenes que habitualmente apareen ante nuestros ojos con otros medios. No las vuelve más virtuosas. No, sino más personales.
Conocer sus dibujos fue una lección para mi escritura. Me gustaría mucho lograr con mi escritura lo mismo que él hace con sus imágenes: captar lo más cotidiano de una expresión o la expresión de lo más cotidiano de una época y hacer algo repersonal con eso.
Una sintonía que me emociona. Y no sé muy bien por qué.

miércoles, 10 de octubre de 2007

La belleza y el asco detrás de la tecnología


La verdad es que lo virtual no me entusiasma mucho. Es más: desconfío bastante. Creo que es una trampa, algo que nos aleja de algo que nos es muy propio como seres humanos y que con su irrupción perdemos parte de algo que realmente no está bueno descuidar, que es la inmediatez, el contacto inmediato que cada vez tiene más instancias intermedias. No se, no me copa mucho que las amistades y relaciones estén siempre mediatizadas por pantallas y máquinas. Pero aún así es verdad que éstas nos ayudan un montón y que hoy nuestra vida ya no sería lo mismo sin ellas. No tengo nada en contra de la tecnología, al contrario. Pero cada vez estoy más convencida que la tecnología sólo ayuda a acelerar instancias, pero que no es la solución de fondo de nada. Hay muchos chicos que conozco que son tan copados de la tecnología que ven en ésta algo así como una redención en cuotas. Es cómico que diga esto justo yo que me estoy comunicando con ustedes desde un blog, pero es por lo mismo, para mí internet es como un lavarropas o un portero eléctrico: una máquina para utilizar. No le encuentro mucha mística. Por todo esto Second Life no me copaba mucho. Pero como tampoco sabía demasiado, no opinaba. Esta semana me pasaron dos cosas muy intensas al respecto y vinculadas entre sí. La primera fue conocer la obra de Natalia Oliva y enamorarme.
Esa chica es divina: produce unas imágenes maravillosas, increíblemente bellas. Natalia está exponiendo en este mismo momento un conjunto de obras que son de una sensibilidad impactante. Es ahí donde la tecnología me gusta: cuando hay detrás una mirada sensible, hermosa. Porque siempre hay un ser humano detrás de la tecnología y muchas veces perdemos de vista esto. No me importa demasiado la tecnología en sí sino quién está detrás. Si toda la tecnología del mundo estuviera en las manos de gente como Natalia el mundo sería mucho mejor. Pero no es así. Quedé tan fascinada con sus imágenes que finalmente vencí el prejuicio y me metí en Second Life. Hice mi avatar y como había leído algo sobre un sitio que se llama Argentonia para ahí fui. Y fue una experiencia horrible. Espantosa. Todo lo contrario a lo que había experimentado con las imágenes de Nat. Me trataron tan mal, se burlaron de mi con un machismo tan asqueroso, me discriminaron de tal manera como hace rato no me maltrataban en la real life. Como me defendí y los insulté luego de que el ambiente se ponía tenso, estos dos avatares que dijeron ser los dueños de este sitio me prohibieron la entrada. Si hoy quisiera entrar a Argentonia no podría, ya que hay un cerco electrónico que me lo prohíbe. Los odio y mucho. Entré a ese mundo virtual creyendo que encontraría a mucha gente como Natalia Oliva y finalmente descubrí que toda la misma estupidez o peor se encuentran de ese lado del espejo.
Pero también es cierto: una sensibilidad como la de Natalia vale por un millón de Second Life.