Flavia explora su imagen. Explora todas cuantas es y puede ser (por ahí también investiga en aquellas que no quiere ser). Flavia crea fábulas con sus imágenes, que también son otra forma de exploración. Pero no son las fábulas sobredimensionadas en la producción (las fábulas Hollywood) de LaChapelle. Son cuentos de otro asombro. Un embebecimiento que la sitúa frente a un límite que, lo advierto, pronto saltará. Flavia me escribe y me cuenta que está leyendo muchísimo y que está preparándose para ese salto. Flavia es una constructora de símbolos. Cada historia visual es un símbolo. Un camino hacia una sensación que explota en muchos sentidos al mismo tiempo. Como diría Deleuze, hay un devenir Flavia. Tiene esa intuición: cuando tantos artistas geniales trastabillan en la vulgarización que hace de ellos una revista boba como D-Mode (una versión afectadamente cool de Caras), cuando los quieren convertir en productos publicitarios, Flavia participa pero marca la diferencia. Flavia atraviesa el fashion reciclable sin vulgarizarse, lo cual es una hazaña. Son tiempos raros en los que hay quienes consideran a Alan Faena como un buen referente cultural y lo fotografían en libros como alguien importante en el mundo del arte. Por suerte tenemos refugios, zonas donde poder respirar, donde poder alucinarnos. Ahí están: gracias Flavia por darnos otra vez el ábrete sésamo.