viernes, 30 de noviembre de 2007

Si envejecés, disfrutalo

Ya no es nada más que lo que hacés, ni siquiera cómo lo hacés, aunque esto sea lo más importante. No, no me refiero a eso sino a cómo sostenés lo que hacés. Cómo sigue adelante tu proyecto cuando no es novedad, cuando ya lo conocen los que lo tenían que conocer, a los que podía interesarles.
Cuando comenzás con algo no es difícil generar expectativas. Porque una expectativa se funda en lo que aún no sucedió pero debe suceder. En lo que todavía no se resolvió. Entonces el interés aún se sostiene. Algo de lo que hiciste llamó la atención y tenés una mirada sobre vos. Pero esa mirada se cae pronto.
En el ambiente de las artes visuales más que en ningún otro. Para mucha gente el aburrimiento es sinónimo de cool. Cuando alguien dice “me aburro” hay quienes entienden que “está de vuelta”. Y en realidad suele ser todo lo contrario. ES QUE NO PUEDE SEGUIR.
Esta es mi definición: el que se aburre es el que no encontró el modo de seguir. El que se aburre quedó a mitad de camino. No es cool: es el que no te acompaña. Es el que ya no sabe cómo ver, cómo leer. Las personas que siempre necesitan empezar de cero, que se alimentan de la novedad, son las que no saben qué hacer con el transcurso del tiempo. Hay algo de Peter Pan en ellas. Del Nunca Jamás. Tienen miedo a envejecer.
Porque, y esta es mi segunda definición, el aburrimiento es el miedo a envejecer.
Acompañar a alguien en un proyecto no es decirle todo que sí. Para nada. Es entablar un diálogo. Vos elegís entablar un diálogo con la obra de un artista. Seguís lo que hace. Pero cuando decís “me aburro” cortás ese diálogo. Lo deshacés.
Porque una cosa es que no estés al tanto de algo porque no tuviste tiempo de informarte. Hay mucha oferta cultural y no podemos con todo.
Pero muy diferente es decir “me aburro”.

¡¡Y es que es verdad que nos aburrimos!! Pero si tus aburrimientos son crónicos, estás en problemas.
Recomencé mis post hace unos días con una alabanza al acompañar. Porque no importa a qué distancias sigas a alguien, con qué frecuencia, mientras lo acompañes.
Si no acompañás un proyecto, si tu miedo a envejecer corta el diálogo, algo precioso se pierde. Escribí esos post para festejar a y agradecer a aquellos que me siguen desde el principio. Que me apoyan.
Sostener un proyecto demanda mucha energía. Demasiada.

El aburrimiento es dejar de dar. Es muy grosso dejar de dar. Porque implica que alguna vez diste y luego decidiste que no dabas más. Por eso, está bueno saber qué damos y por qué damos. Lo digo en serio: a veces es preferible no dar.
No dar nada.


Sé fiel por lo menos a vos mismo.
Tené alguna remota idea de lo que das cuando lo das, y lo que quitás cuando dejás de darlo.

A mí me gusta saber que estás ahí.
No importa que tan distante.
Sé que estás.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Genealogías del afecto por sobre todo

Un blog es un sitio de diálogo. Cada post que subo es el resultado de una charla, de un intercambio de mails, de una conversación telefónica. Un post para mí es lo que sigo hablando conmigo misma pero incorporando todo lo que fueron diciendo mis interlocutores. La escritura me va llevando a terrenos distintos, porque tiene ese poder de abrir las referencias, de poner en marcha un tiempo distinto. La escritura es una forma de experiencia y de pensamiento muy personal: estamos a solas con las palabras, con las mismas que usamos cuando hablábamos con nuestros amigos un rato antes, salvo que ahora prosiguen de otra manera.
Esto surge de un comentario que me hace Leonel Pinola. De un pedido a partir de algo que yo dije. Según las épocas, los interlocutores cambian. Se va construyendo un diálogo con muchos elementos. Con Leonel nos comunicamos por medio de nuestros blogs, como también sucede con otros tantos amigos. Los blogs piensan juntos.
Vamos tejiendo algo.
En un comentario, le dije a Pinola algo así como que existen genealogías del afecto y del reconocimiento pero también otras del poder y de la especulación.
Las genealogías son elementos de cercanía. Todo artista trata de saber de dónde viene, quién le acercó, quien le brindó y lo convidó con los materiales que usa para su obra. Materiales físicos o mentales o perceptivos o afectivos. A veces vienen de otros artistas cercanos en el espacio y en el tiempo. Pero a veces de creadores de otras épocas y sitios de los más diversos.
Una genealogía es la expresión de un deseo, privado o colectivo. Pero por sobre todo es generarse una defensa. Una vez leí que una herramienta bien empuñada se transformaba en un arma. Entonces una genealogía es un arma. Que sirve para protegernos.
¿¿De quién?? De un mundo complicado. Una genealogía es un refugio.
Pero también es todo lo contrario. Una genealogía puede ser un gran contrato de poder. De exclusión. Porque cualquier genealogía excluye. Deja a fuera. Enfría o desata vínculos.
Cuando los afectos quedan en segundo plano comienza la marketinización. Es lo que veo cada vez más. Cuando se trata de vender una obra como un producto más. Una genealogía puede ser casi una campaña publicitaria.
Entonces el afecto deja de serlo.
Se transforma en otra cosa.
El marketing tiene un objetivo que es el rédito frente a una difusión. Un rédito que queda en muy pocas manos.
Pensemos otra vez ¿¿quién traza las genealogías??
A veces está muy bueno que haya alguien de afuera que encuentre los lazos. Todos ganamos.
Pero el tema es cuando nos quieren convertir a nosotros, a lo que hacemos en un producto.
Fuck off!!
Como bien podría decir Leonel: una genealogía exige una alta fidelidad.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Una información única, pero también muy cuidada

Todos, cada uno de nosotros, está conformado en el intercambio con los demás. Aprendemos de nuestros compañeros, amigos, de la gente con los que compartimos intereses. Hay una información que está en el aire y es precisamente nuestra experiencia la que la vuelve única. Cada obra que hacemos se determina en un conjunto de decisiones que tomamos sobre esta información que nos rodea. Este es el punto: cada obra que hacemos tiene una información única. Una información afectiva, psíquica, formal, cultural. Y es una información que está protegida.
En los sesentas se creía que esa información podía manipularse de muchas formas. Hoy sabemos que la información la compartimos y la cuidamos.
Días atrás, en un post, escribí sobre los munditos del arte, sobre la elite. Y es que cada uno de esos munditos o elites cuida una información. La hace circular con afecto entre un grupo de artistas que finalmente la usa.
Esa información circula en el boca a boca, en los libros que nos prestamos, en las muestras que vemos juntos, en las recomendaciones que nos hacemos, en los blogs que leemos, en los pensamientos que escribimos juntos.
Hay tanta urgencia… vivimos tan a 1000… no paramos y la información no para, sigue, va de acá para allá.
Y viene de cualquier lado. Antes eran las revistas las que nos informaban. Y los libros. Hoy no: es Internet, cosas que sacamos de acá y allá. A los libros y las revistas les sumamos otras cosas. Somos parte de una generación que crece con la web. Aunque pintemos o dibujemos y no tengamos nada que ver con el arte digital.
Cada obra que hacemos comparte una información. Hay obras que son imperativas: tenés que conectarte con ellas de una sola manera. Por suerte, también existen las otras, más amplias.
Ojo: no hablo de estética relacional. Hablo del afecto con el que construímos y hacemos circular la información que después usamos. Después o simultáneamente.
Los artistas crean formas sensibles, perceptivas, conceptuales para que la circulación gire y tenga su momento.
En otra época había gente que era poseedora de una información que valía o era considerada más importante. Pero eso ya no existe. Cualquier información puede ser la materia prima para una obra maestra o una obra menor.
Hablamos de arte. Y todo lo que hablamos y compartimos, termina en nuestra obra. Cada obra que conocemos no es otra cosa que una versión personal de esa información que es el audio y la materia de una época.
Por eso cuidamos eso que construimos, ese intercambio que es el material con el que hacemos nuestras cosas.
Cuidemos nuestros munditos, nuestra elite que nada tiene de elitista en el sentido mas tradicional y conservador. Cuidemos lo que compartimos.

martes, 27 de noviembre de 2007

Olvidate de crear tu mito

Yendo un poco más allá de lo que escribí antes, un grupo de arte, un pequeño mundo, es una célula siempre en vías de expansión. Porque lo que nosotros conocemos como mundo del arte en su dimensión más amplia es un gran muestrario de estos pequeños mundos y sus dinámicas, de sus interinfluencias y movimientos.
Las chicas de Campopsí son un mundo del arte conformado por el cruce de otros pequeños mundos. Porque ahí hay mundo hipnoflauta, como mundo Forrito Privado, además de otras circulaciones. Porque cada pequeño mundo lleva en su genética la historia de una circulación.
Me encanta cuando el artista en vez de mitificar o mitologizar esa circulación, o peor aún, dejar que la administre un historiador o una fundación, boicotea esa narración. Pienso en Duchamp, en Beuys: hicieron todo lo contrario que cultivar el currículum esmerado. Por el contrario, sólo confiaban en el silencio que una obra o acción podía disparar. En los sentidos que se acumulaban en la cabeza y los recuerdos de cada espectador. Porque todo espectador es un gran archivo de recuerdos que pone en marcha cuando una vez mas está frente a una obra que no conocía.
Un mundo es una sumatoria de partes que comienza a agotarse cuando se institucionaliza. Digo esto porque el mayor peligro, la mayor amenaza que un pequeño mundo del arte debe afrontar es su institucionalización. Cuando quieren que fiches lo tuyo como un empleado ficha en una fábrica, cuando ya tenés bien claro y podés explicar perfectamente y repetir una y otra vez cuál es tu lugar en el expandido mundo del arte, ya estás en problemas.
Porque cada artista es un universo portátil en movimiento. Y de lo que puede hablar en su mayor sinceridad es sobre las oscilaciones de ese avance, de ese ir hacia una meta que siempre muta.
No me gustan los archivos sobre artistas cuando se parecen a un book para curadores extranjeros que necesitan todo servido porque están en la ciudad unas horas y necesitan que les expliques todo rápido y según sus necesidades.
Lo que un pequeño mundo debería transmitir, o lo que a mi me gusta mas que me transmita, es un deseo de pertenencia. Es lo mismo que sucede con una buena banda. Te decís ¡¡qué bueno que sería pertenecer a ese grupo, estar tocando y cantando con ellos!!
A mí me gustaría, por ejemplo, formar parte de Campopsí.
Creo que ese fue uno de los grandes aciertos de Appetite: desde afuera se veía un grupo muy interesante de chicos en sus trips creativos y enseguida te daban ganas de pertenecer a él, de obtener las claves de su complicidad.
Porque veías en ese movimiento algo espontáneo, algo no digitado al estilo Operación Triunfo. Porque en el mundo del arte cada tanto aparece una Operación Triunfo, que finalmente es como una Matrix que absorbe la energía de los artistas más jóvenes.

PD: Quiero agradecerles mucho pero mucho el interés que demuestran en lo que hago. Está última semana las visitas al blog se cuatriplicaron.
La más inmensa de las felicidades.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Falta

Extraño a María Gainza. Mucho. Cuando la leía en Página 12 había cosas de su escritura que me distanciaban un poco. Les decía a mis amigos: tiene un estilo muy prolijo. No la conozco personalmente y puedo imaginarme que ella es así. La escritura, como cualquier otra forma de comunicación, nos lo dice todo o casi todo sobre la persona que la practica. María siembra sus textos con citas de buen gusto, en un tono culto y agradable que jamás es altisonante. Pero por sobre todo tiene una gran amplitud de visión. Es una chica clásica.
María es un oasis frente a tanta glosa monográfica. A mi me aburre bastante la escritura que viene de lado de la historia del arte cuando se trata de avanzar sobre producciones contemporáneas. Ni me da gracia. Me gusta esa escritura de historiadores cuando se ocupan de objetos históricos. Y no me gusta nada la escritura que viene de las ciencias sociales. Debe ser porque hice un año de ciencias sociales y me inmunizó para siempre de ese tipo de escritura.
En general no me engancho nada con cómo escribe la gente en los suplementos y diarios. Ese tipo de escritura periodística cultural está llena de lugares comunes de escritura. ¿¿Vieron que siempre hablan de la misma gente, de las mismas muestras, con las mismas palabras y los mismos ejemplos??
Leo Estol no es el caso. Es un artista que me encanta, es un divino total, es mi amigo, pero lo que escribe en Radar sigue sin llenarme. Una escritura tiene que acercarme elementos que me abran a nuevas lecturas. Y presentarme artistas que no conocía. Me gusta pensar al escritor de arte como un explorador que hace de su visión de arte una aventura. Que para ver artistas que conocemos poco o no conocemos se entrometa con una escritura que nos sorprenda. Que no sepamos de donde viene.
Leo: la nota de ayer de Radar una vez más estuvo bien, fue correcta, me encantan las artistas de las que hablás, son de mis favoritas. Pero hay algo que no termina de ponerse en marcha. Lo que en tus obras funciona a las mil maravillas, lo que en tus instalaciones es riesgo, elegancia, provocación, sensibilidad e inteligencia en tu escritura se vuelve convención. Por más que vos te diviertas y aprendas mucho escribiendo. Eso no tiene nada que ver.
A las chicas seguramente les encantó la nota: se merecen estar en la página central de Radar. Lebenglik, con su escotoma monumental, jamás las recibiría en las suyas. Al menos no ahora.
Tu escritura funciona a la perfección como una continuación-expansión de tus obras. En ese sentido está rebuena. Pero en las páginas centrales de un suplemento como Radar, sobre todo con esa continuidad, en vez de agrandar tu visión la va achicando.
A las chicas Campopsi, todas alucinantes, les sirve como difusión.
Pero hubiera sido genial que no quedara sólo en eso. Una muestra tan buena como la que nos regalaron merecía otra cosa.
Y vos, Leo, también.

sábado, 24 de noviembre de 2007

Mi mundito privado

Detesto la palabra “mundillo”. Jamás la usé ni nunca la usaría. Primero porque el “illo” me resulta ridículo en boca de una porteña. Más bien nosotros deberíamos decir “el mundito”. Somos mucho más “ito” que “illo”. Lo que no me suena mal en boca de un madrileño sí me molesta mucho en la boca de alguien que vive en mi ciudad o en este país. Pero por sobre todo me molesta esa idea peyorativa sobre una elite de pequeño mundo. Porque todos tenemos nuestra propia elite y no creo que eso esté mal. Todo lo contrario.
En Buenos Aires está lleno de pequeñas elites. Todas interconectadas por alguno de sus integrantes. Claro, son conjuntos móviles, de gente con hábitos muchas veces migratorios: pasan de una a otra o pertenecen a más de una.
Tengo mis favoritas: Appetite es una galería, pero también es un cuerpo de elite. Un mundito. Los chicos del Forrito Privado de Diana Aisenberg también son una elite. Florencia Braga Menéndez siempre tuvo en su cabeza, por lo que me cuentan, la idea de conformar un grupo potente más que un staff. Los colectivos de arte, como el grupo Etcétera, o los geniales Provisorio Permanente, o los Oligatega Numeric, por sólo nombrar los tres que me vienen primero a la mente, son un mundito, una elite. Los chicos de la revista Planta son una elite, como lo eran los de Juliana Periodista o lo son los Éxito, que por otra parte no sé si siguen existiendo como grupo.

Esto por ahí es polémico, pero para mi una elite es un mundito. Y que en el diminutivo no se lea, al menos de mi parte, algo peyorativo. No, quiero decir exactamente eso: un mundo pequeño, como los planetas del Principito. Además, adoro los diminutivos, aunque muchos de mis amigos poetas lo detesten.
Tuve la suerte de tener mi habitación, mi pieza para mi sola durante muchos años, mientras viví en casa con mamá. Y a mi habitación no entraba cualquiera. Era como mostrarle mi corazón, mi intimidad. Los que entraban a mi habitación eran mi mundito. La gente de tu mundito tiene una contraseña. Pero no porque necesitemos ser una secta o algo secreto. Los munditos son todo lo contrario, son muy visibles. A los que formamos parte de cada mundito nos gusta que nos vean con los otros integrantes de nuestro mundito y nos coloquen en una misma unidad de pertenencia.
Los chicos de la Beca Kuitca fueron conformando varios munditos y submunditos.
Un momento histórico se mide y se narra por sus munditos. Por cómo se formaron. Por como subsisten. Por las relaciones que crean.
Alta Fidelidad, el blog de Leonel Pinola, también está estructurado de munditos. Pero en este caso por artistas de distintas generaciones. Eso es otra cosa. Lo que yo llamo mundito son a todos aquellos que se reúnen habitualmente como una banda, por más internas que existan entre ellos (siempre tenés un amigo o amiga que no se soporta con otro amiga o amigo tuyo).
Vos tenés también tu mundito. Pensalo medio minuto y tendrás su geografía y demografía.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Cinco

¿¿Por qué nos detenemos en algunas preguntas?? Creo que cada uno de nosotros debería formular cinco buenas preguntas en su vida. Me acuerdo ahora de un poeta punk amigo de Richard Hell (¡¡pero no recuerdo el nombre!!) que se propuso corregir toda su vida los mismos 5 únicos poemas. Su libro cambiaba todo el tiempo de forma, pero eran siempre los mismos 5 conjuntos de versos. Me propongo 5 porque es uno de mis números favoritos, pero la cantidad puede variar en cada uno.
Para algunos la pregunta pasa por la belleza. En otros por ahí pasará por la intensidad. En otros por lo inexplicable. En otro por la naturaleza del amor en una obra. Y a partir de esta pregunta se van formando selvas de otras preguntas que vienen luego.
Con cada obra entablamos un diálogo y no puede existir diálogo sin interrogaciones.
Por ahí nos pasamos la vida girando alrededor de las mismas 5 imágenes. De las mismas 5 sensaciones. Como si fueran cinco moldes que después se repiten. Como se repiten las octavas en un instrumento según las alturas. Las 5 mismas imágenes después se repiten pero a distintas alturas.

Amo estas imágenes de David Nahon. Me tocan en lo mas profundo. Hay en ellas toda una historia condensada. Porque una de mis cinco interrogaciones nace de esto ¿¿adónde está todo el resto del relato cuando no está en el relato??
Una imagen nos abre a miles de interrogantes. De distinta suerte.
¿¿Adónde va la chica de la moto?? ¿¿En qué año fue sacada?? ¿¿Los dos ratones son novios o posaron el beso sólo para la foto??
Todo espectador tiene que tomar direcciones con respecto a lo que la imagen le dice. Tiene que articular su propia historia, en su propio lenguaje.
Me aburre profundamente cuando dos personas dicen cosas parecidas de una misma obra.
David Nahon escribe textos que suman un nuevo universo a la imagen fotográfica, al punto que una no sabe si las fotos acompañan al texto o al revés.
O un poco y un poco.
Pero en todos los casos persiste una fuerte sensación de vida intensa. Eso me gusta.
Les contaba que cada día me aburre más leer sobre arte.
Uno encuentra arte por fuera de las escrituras de arte.
Es un camino lento y complicado.
Pero también es el mejor.
Dar con el blanco cuando menos lo esperabas.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Confitada de interrogantes

No quiero tematizar nada. Ni siquiera a la pintura misma. Ni señalar un aspecto social o indagar en cómo podrá desandarse el camino de mi creación. Nada me interesa ahora, salvo el juego. A veces querés ser artista sólo para jugar, para crearte un universo. Es aburrido que te pidan que resumas en una frase el objeto de tu obra. No sé. O sí: es crear un territorio de juego. A veces querés ser artista para no pensar. Para sentir y percibir más intensamente, pero no para pensar, sino para escaparte de la palabra. Querés tener cabeza de oso. Como en los cuadros de Federico Fernández.
¿¿Por qué el artista no debe confiar en su imagen?? ¿¿Por qué tiene que hablar de su proyecto como si se tratara de un trámite??
Tampoco sé cuál es mi objeto. También tengo cabeza de oso. No sé bien por qué digo esto. Seguramente para crearme preguntas.
Yo visto a las obras de palabras. Las obras invitan a rodearlas de palabras, pero no piden nada. Sólo invitan. Y a mi me gusta vestir.
Vestir de palabras a una obra es dispararle sentidos. Confitarla de interrogantes.
No sé sobre qué tengo que escribir. Sé que necesito establecer el diálogo. Esta vez son estas pinturas con cabeza de oso, que me hacen sentir la cabeza en su lugar.
Lo que me aburre de la gran mayoría de las cosas que leo sobre arte es que todos saben de antemano todos los misterios que encierra una obra. Y no se pregunta nada. O poco.

¿¿Qué se pregunta un niño con cabeza de oso?? No tengo ni idea. Por eso escribo. Escribo sobre la construcción de las visiones.
Porque para mi una obra, sea cual sea la forma, termina convirtiéndose en una visión compartida. Dos personas o más (artistas y espectadores) observado lo mismo. Pero que genial cuando eso observado es un descubrimiento conjunto.
Nada me da mas placer que cuando un artista me dice “descubriste algo en mi obra que yo intuía que estaba pero necesitaba tus palabras”.
Lo que hago es interrogar. Interrogar a la visión con una inflexión de visión distinta. Mis palabras son imágenes en otros trazos. Aunque leas estas frases en una pantalla, desde un blog: sigo dibujando letras con las teclas.
Está muy bueno que no sepas. Que avances. Que creas en vos.
Compartimos una visión.
Ya te imaginás cual es.
¡Sí! Exactamente esa.
Acertaste.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Mientras tanto, acaso

Ampliar el conocimiento por los sentidos. Acrecentar los sentidos de los sentidos. Hay momentos en que la vida simplemente nos parece más profunda, extensa, intensa. En que la cotidianeidad nos hace especiales y experimentamos un ida y vuelta con el mundo que nos sacude en silencio. ¿¿Cuál es el disparador?? Lo que una imagen o un objeto o una situación nos provocan. El arte comienza cuando sabemos recibir ese estado. Pero también continua cuando ese estado no está, cuando se fue y sin embargo sabemos que existe, que fue nuestro, que fue genial. Todo el resto del tiempo, cuando la rutina nos hace olvidarnos o relega en un segundo plano de vértigo lo que realmente queremos también debemos sostener al arte. Es cierto, ya lo sé: el arte se sostiene solo, no necesita que nadie lo sostenga.
¿¿Pero realmente es así??
Tantas veces cuesta tanto sostener la voluntad, es tan difícil. Realmente estamos hartos, agotados. Ya no queremos más.
Y sin embargo algo nos mueve a seguir. Sabemos que no podemos detenernos. Que simplemente no podemos. Que aún en el aburrimiento tenemos que seguir, insistir.
Es una continuidad que luego rearticulamos a nuestro modo. Pero todos esos momentos están. Todos esos instantes que llenan espacio en nuestro disco rígido y que jamás nombraríamos en una reunión social.

Pero que si compartiríamos con nuestros cómplices. Porque nuestros cómplices son los que pueden sumergirse en la sensación. Son los que no necesitan explicación.
Elijo esta dos fotos entre otras tantas. Son de Yanina Szalkowicz. De su fotolog, Fotos sociales. Son contraseñas abiertas al mundo.
Es nuestro mundo. Podría ser también el mundo de otros. Son los momentos lazos que abren a los sentidos de los sentidos.
Gestos, ambientes, respiraciones, luces, todo se multiplica. Nos detenemos en los detalles. Es genial descubrir todo lo que no habíamos podido percibir en el momento mismo. Como cuando escuchamos una canción por centésima vez y seguimos descubriendo matices, reverberaciones.
Todos esos nanosegundos que sumados son el andamiaje de los días. Esos nanosegundos, millones de ellos, en los que debimos soportar al arte sin tenerlo presente. En el que el arte fue generoso con nosotros.
Porque sos artista cada momento de tu vida.
No hay un momento en el que no lo seas.
Es el infatigable “mientras tanto” que es un conjunto gigantesco de nuestras vidas.
En el que seguimos ampliando el mundo y el mundo se amplió con nosotros.
En un camino que hace de nosotros estos que somos.
Y todos los que seremos.
También.

martes, 20 de noviembre de 2007

Más sobre mis complices, los interlocutores visuales

Lo que quiero hacer, si es que me propongo algo específico, es descubrir zonas, espacios de afecto y visión a partir de mi viaje de palabras. César Aira tiene ese método del desbocamiento de frases: escribe algo, lo que sea, lo que le sale, y en vez de ponerse a corregir intenta corregir en una nueva página, con más frases. Corrige para delante. Como si en vez de insistir con tu mismo dibujo hicieras otro dibujo nuevo para remediar al anterior y este nuevo dibujo formara parte del dibujo inicial. Hago algo parecido. Estoy descubriendo que necesito descubrir afectos con la mirada. Claro que la mirada que entrenamos es como una mirada de rayos X, que ve mas allá de las cosas. Es una mirada semiológica, una mirada que ya viene cargadísima. Y esa mirada afectuosa, que necesita cargarse de emociones, todo el tiempo va descubriendo zonas. Si escribí el post anterior fue porque necesité decir que mi mirada no es sólo mía, que es una mirada que se sostiene en la mirada de otros a quienes quiero y necesito. De la misma manera en que seguramente mi mirada está presente, invitada, en la mirada de quienes son mis interlocutores visuales.
Digo esto que me parece muy importante porque estoy HARTA, sí HARTA del circuito del arte en Buenos Aires. Muy HARTA. Entonces, en vez de quejarme por todo lo que no me da afecto, lo que hago es pensar empíricamente. Esmerarme en el trazado de mi mundo portátil.
Cada uno de nosotros tiene un mundo. Que es como un jardín. Es el sitio donde cultivamos las especies que mas nos gustan. Las plantas y flores de mi jardín son miradas. Miradas que construyo en diálogo con otros. Sin ampararme en ningún bando. Es una zona de intercambio de afectos visuales.
Porque para vivir un mundo tenemos que ir viéndolo a medida que lo vivimos. Creando mas y mas miradas. Mi forma de mirar es escribir. Rodear mis afectos con palabras, darles nuevos nombres.
Repito algo que decía ayer: a todos nos gusta y mucho que nos hablen y bien de lo que hacemos. Pero es genial cuando podemos fundar un diálogo que vaya más allá de ese rastro de narcisismo. Cuando podemos ampliar nuestro mundo, nuestra mirada afectiva.
Mi mundo no será jamás una isla, aislada. Por el contrario, es como una nave que va de aquí para allá. Una nave living donde recibo amigos.
Es uno de esos edificios móviles de Adriana Minoliti.
Es un observatorio desde donde mandar señales a todo el universo.
Aprendo a ver mientras escribo. Mientras cuido a mis palabras. Mientras voy construyendo frases en las que intento sostenerme.
En la que no necesito especular con nada ni nadie.
Mientras que sigo navegando, cultivando las especies mas fabulosas.
Nuestro oxígeno.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Un post dedicado

Una cosa es “me gustó, no me gustó”, o mejor aún, el modelado de emociones, de adhesiones y disgustos, de antipatías y minuciosas indiferencias que van armando como si fuera un lento rasti el vínculo vital que me enlaza al arte.
Pero muy diferente es que todo el tiempo toque con la punta de mis dedos las posibilidades que me dan las palabras. Porque siempre quise que Mao y Lenin fuera un mundo de frases y pausas. Una lenta partida de ajedrez que juego con un ambiente, ese espacio que se define en las muestras que veo, en las obras que me hablan, en las respuestas y los constantes interrogantes que siembran en mi los artistas.
Ustedes ya lo saben, no creo en la objetividad. Como me dijo mi maestro en uno de sus últimos mails “objetividad es el nombre del pacto que ciertas personas realizan con las instituciones ventrílocuas que hablan desde ellas”.
Cada palabra debe sostenerme. Cada letra. Este es desafío cuando mis interlocutores son casi todos artistas que, siendo un poco maliciosa, puedo dividir en dos bandos o categorías: los que buscan rápido los nombres propios para ver si escribo de ellos y de su obra, y por sobre todo en qué términos me refiero a ellos en relación a colegas, amigos o contrincantes. Es una tipología muy extendida de artistas que, como yo, como todos, debe sostener su mundo. Entonces mentalmente se programa en un inventario de pertenencias y todo lo que no entra en ese inventario lo aburre.
Siempre preferí los mundos abiertos a los cerrados.
Resulta precioso obtener coincidencias, que mis intereses sean los de muchos o varios. Pero es algo que jamás forzaré. No me interesa ni podría. Si hay algo con lo que no me llevo nada, pero nada, es con la especulación.
Después están esos otros artistas y no artistas a los que les interesa un tema, ese algo por encima de los nombres. Que no están histéricos por estar al día sino que les interesa mas conectarse desde otro sitio.
Pues bien, cada vez mas habito en ese otro sitio.
También me canso, como todos.
Lula Mari me manda unas cartas relindas. Flavia Da Rin también. Es una copada absoluta. Cada tanto también lo hace Adri Minoliti. Leo Estol es un divino que me sostiene siempre.
La Chica Voladora me dice que siempre estoy presente y casi siempre le creo. Después están los que me escriben sólo cuando los nombro y los que me leen para ver qué leen sus amigos. Pero también están los que me leen porque les gusta que siga escribiendo. Como Daniela Luna que es como mi hermana lunar. Como Yamandú, que es mi hermano mayor. Como Rafa Cippolini, que es mi guía. O los que me leen en silencio pero están siempre presentes, como ese caramelo dulce que es Leonel Pinola, de quien me enamoré perdidamente cuando vi mi mochila en vivo y en directo en Belleza y Felicidad, en una de las mejores muestras del año. Ya ven, también tengo mi vanidad y autoestima, aunque ésta muchas veces sea una sombra que se arrastra.
Quería hacer un post dedicado a esta gente. Un post redemagógico adrede, porque es por ellos que sigo con este blog.
Por quienes mis palabras siguen su camino.
Quiero que este blog sea sólo una dedicatoria con muchas palabras.
Nada.
Quería decirles que los quiero.
Que ustedes también son Mao y Lenin.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Dos a creerse


De cualquier lado.
Un abogado al que le gustan los collages y termina interviniendo lo que debería ser un síntoma de la moda. Porque de eso quiero hablarles, de qué hacer con la moda. Pues ¡¡transformarla en arte!!
La moda no tiene por qué ser un arte en sí. Nada tiene por qué ser un arte en sí. Porque de esto también quiero hablarles: de por qué estoy en guerra con prejuzgar que un tipo de formato es pretendidamente artístico de antemano.
Roberto Padilla es abogado, les contaba. Si hay algo que no me gustan son los abogados. ¡¡Ahora soy yo la que prejuzgo!!
¿¿Cómo hacer para que ciertas manifestaciones no tengan porque sí una imputación artística de antemano?? No entiendo por qué un óleo sobre bastidor tiene que poseer mayores posibilidades de ser arte que un mantel encontrado en un mercado de pulgas. Para mí lo que vale es ese estado de poesía. Es algo que está en un espacio intenso de comunicación.
Y para que ese estado intenso sea arte tiene que venir alguien que nos diga “soy artista y esto que ves es arte”. Eso para empezar. Y luego alguien que lo vea y le crea “¡¡sí!! Eso que me mostrás es arte.”
Porque se necesitan las dos partes para tener esa convicción. El espectador sólo, por más poder que tenga, no puede transformar algo en arte. Y quien se diga artista, por más fe que se tenga, tampoco puede transmutar la materia en esa otra cosa sin la complicidad de alguien que le crea.

Nos olvidamos muy seguido de esto. De esta doble necesidad de creencia.
Es como en el amor: si dos se creen mutuamente, lo que opina el resto del mundo importa un pepino.
Antes de ese flechazo amoroso no existe nada. O lo que existe no tiene mucha importancia.
Cada generación crea su nuevo flechazo amoroso. Que dura mucho, poco o nada. Cuanto mejor el es espectador, cuanto más intenso, más suerte tiene el artista. Y al revés.
Se trata de una necesidad mutua.
Roberto recorta y hace de una vieja revistas de moda otra cosa. Una visión.
Pero necesita de nosotros, que le creemos. A veces los artistas se olvidan de que en el amor, como en el arte, siempre se necesitan dos. Los espectadores también nos olvidamos que una y otra vez es una elección mutua. El artista también nos elige.
Cuanto mejor haga su elección el artista, más potente será su suerte.

Dos ángeles de la guarda. Mutuos.
El artista lo tiene en su espectador favorito.
Y al revés.