viernes, 29 de febrero de 2008

Planta y Política

Hola chicos. Ustedes ya saben que yo siempre tomo partido. Así que esta vez no será la excepción. Y es que acabo de leer una nota muy buena de Claudio Iglesias y Pablo Accinelli en la revista Planta en la que analizan qué es eso a lo que se llama arte político. Leí la nota con mucho interés. Una vez escuché decir a Beatriz Sarlo algo muy interesante y es que existen dos formas de entender lo que quiere decir arte político. Algunos dicen que todo es político, que nada escapa de la política. Que es una manera de entender la vida y que cada actividad tiene una dimensión política. En este sentido, todo arte tendría una irradiación política, hasta el más apolítico. Porque en este sentido no existe lo apolítico sino artistas que no se hacen cargo de la dimensión política. Pero también conocemos una forma mas antigua que es la que define al arte político como aquellas actividades de artistas militantes comprometidos con una idea de igualdad social y justicia colectiva. Lo que Claudio y Pablo reclaman es que no basta con buenas intenciones, sino que la obra en sí misma tiene una dimensión fundamental en este reclamo. Puede ser que a los periodistas, sociólogos o historiadores les interese más el reclamo o discurso social que la eficacia de la obra en términos perceptivos y simbólicos. En su texto critican a la teórica Ana Longoni diciendo:

Para Longoni, con un pan "que hable del hambre" o con una canasta de papelitos con los nombres de las víctimas del gatillo fácil alcanza, y eso es lo preocupante. En principio, avalamos las manifestaciones en el sentido de resolver rápido cuestiones formales: la eficacia, por decirlo así. Pero en este caso, y en el estrato general de la reflexión contemporánea sobre la política del arte, se trata de preguntarse solamente por la eficacia de la resolución y no por la eficacia del contenido, y sobre todo, es muy evidente que estas obras que impulsa Longoni llegan a lugares fuertemente preconcebidos y signados por una especie de enunciación "testimonial", tan digna de la izquierda argentina como del antiguo noticioso Telediario de Canal 9. Una obra "testimonia" el hambre, la otra "denuncia" la violencia policial; igualmente, el cambio de hora del 30 de diciembre del año pasado, según la oposición parlamentaria, "sinceró" la crisis energética. Los límites de este tipo de enunciación testimonial son claros. (Cabe temer, además, que en algún momento el espectro de verbos relacionados con la declaración de la verdad se agote y, ahí sí, el carácter repetitivo de estos discursos sea flagrante.)"

Me gustaría volver sobre algo que les decía ayer y es que una de las cosas que mas me entusiasman del arte es la investigación sobre la sensibilidad de los materiales. No entiendo la razón de hacer pasar una buena acción política por obra de arte. ¿¿Para qué?? Porque en la mayoría de los casos que describen los chicos no existe una investigación sensible y perceptiva sino lo que habitualmente se llama “bajada de línea”. Que el hacer arte alguna vez coincida con un reclamo social es entendible, pero diluir todo el tiempo lo sensible en la pretendida urgencia de una protesta es negarle al arte una de sus posibilidades mas necesarias. Como decía mi abuela, “ni chicha ni limonada” (¿¿qué será chicha??).
Porque es muy necesario que haya militantes sensibles que hagan arte, pero es por lo menos triste que muchos militantes busquen todo el tiempo cartel a sus muy necesarias acciones políticas diciendo que es arte.
Lo veo de este modo. Me gusta que exista arte y reclamo político, porque las dos cosas nos ayudan. Pero está bueno que, sin que los artistas pierdan su conciencia social, puedan hacer un arte distinto, y así es mayor la ganancia para todos.
No se trata de un diluido arte político sino de un arte que resignifica la política y unas acciones políticas que nos permiten disfrutar mejor del arte.

jueves, 28 de febrero de 2008

Tan natural, tan artesanal y tan doméstico

¿¿Qué es lo natural?? Son tantas las publicidades que dicen “100% natural”, “producto natural”, etc, etc. Pero ¿¿de qué estamos hablando?? Estoy pensando mucho al respecto y cada vez me inclino más por la idea de que cada época y cada cultura tiene una noción diferente de natural. De naturalidad. Es una cosa muy contundente.Los chicos que viven en el campo o en la playa o en zonas no urbanizadas tienen una sensación de naturaleza completamente diferente a los que vivimos en ciudades. Seguramente esta es una de las causas principales de que tengamos que reforzar la idea de lo natural en nuestra vida cotidiana. Todo el tiempo nos estamos vendiendo a nosotros mismos distintos matices de lo natural.
En el Cippodromo se estuvo hablando de esto hace muy poco en relación a un texto de Camille Paglia (¡¡cuánto que tengo que leer!!). Hay un natural que es un programa de lo cultural. Una naturalidad artesanal.
En otra época las naturalezas estaban muertas, pero hoy están realizadas por un craft de mucho esmero.
Ahora necesito investigar más que es esto de una naturaleza artesanal (es mi concepto de hoy ¡¡qué excesiva!!). Y enseguida me acuerdo de los Microcosmos de Paula Rivas.
Porque en estos universos en miniatura enseguida vemos la naturaleza. Y están realizados con materiales industriales. Materiales que no esconden ni disimulan en ningún momento su condición de tales. ¡¡Y sin embargo no dejamos de ver la naturaleza en ellos!! Es un efecto, claro. ¿¿Un efecto natural?? Tal vez. Puede ser. Pero sí sé que es artesanal. Hay un oficio. A mí me encanta cuando un artista tiene que inventarse un modo de hacer las cosas. Porque, si un artista no investiga sensiblemente en los materiales ¿¿quién lo hará??
Es algo que el arte jamás debería perder. Porque los planetas que Paula recorre son sus materiales, a los que reinventa, conjuntamente con una idea de naturaleza.
Son materiales que habían sido creados para otra cosa. Y ella les descubre una naturaleza particular. Una escala.
Porque ese es otro de sus hallazgos: la escala. ¡¡Que bellos que son!! En una época donde le tenemos tanto rechazo a la palabra belleza Paula se adentra en esta naturalidad sin problemas.
En los 90 hubo muchos artistas que reclamaron para sí esta palabra. Ahora Paula le suma la palabra natural y nos hace reflexionar en qué quiere decir lo natural. Porque no se trata de ir a buscar lo natural fuera de nuestra vida inmediata, afuera de las ciudades, sino en lo que nos rodea.
A mi me encantan las plantas, regarlas cada mañana antes de desayunar, aunque me levante a cualquier hora. Pero si no me gustara, sería genial tener estos microcosmos.
Porque son un mundo vegetal. Un mundo de formas fantásticas y discretas.
Esa es otra de las cualidades que más me entusiasman de sus creaciones. Son todo lo contrario a lo estridente. Son obras reposadas, para contemplar.
Una naturaleza artesanal y doméstica. Todas palabras que me encantan y que deberíamos revalorizar. Por ahí ya empezaron a estar revalorizadas hace rato.
Pero seguro que no en la escala que nos gustaría.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Girando sobre vos y el método único

Siempre creí que para hablar de cada artista hay que inventar un método diferente. Que nos tenemos que acercar al misterio de su obra (aunque esta no tenga a primera vista nada de misterioso) de una forma única, distinta, con una mirada que no conocíamos. Porque a pesar de las similitudes, cada artista es único. Vive cosas únicas, experimenta cosas que nadie más en el mundo piense o siente. Va construyendo su estilo con elementos que estaban a su alcance y por eso nos parecen familiares. Pero en realidad no, son resingulares.
Claro que no es fácil. La mayoría de la crítica empieza al revés. Inventa una etiqueta más o menos amplia que le sirve de cajón para meter todo adentro. Cajones que después justifican con teoría social e historia. Pero estoy convencida de que tiene que ser al revés. Que hay que tratar de llegar a eso que nos hace únicos. Y si queremos llegar a eso que vuelve diferente a un artista, me parece que no existe otra manera que tratar de inventar un método único. ¡¡Y es un desafío gigante!!
No basta con escribir bien. Hay que tratar de crear una mirada con el mismo amor que un artista pone en lo que hace. En cómo lo hace.
Por eso, a partir de este post inventaré una forma de ver especial para cada artista del que hable. ¡¡Síííííííí´!! Estoy loca. No me importa. Es lo que siento que tengo que hacer. Ante todo tengo que ser sincera conmigo misma y con los artistas que seguiré eligiendo. Porque soy conciente de que hablo desde mí, no repito lo que ellos dicen sino que establezco un punto intermedio de mirada. En cada oportunidad intentaré llegar a ese punto específico. Estoy escribiendo sobre Violeta Cincioni, que es una artista cuyas obras valen la pena. Y mucho. Para referirme a un conjunto de obras muy especiales de Violeta, usaré un mecanismo que llamaré símbolo físico.
Existe una diferencia bastante grande entre las metáforas y lo que yo llamo el símbolo físico. Las primeras son un puente: las metáforas siempre estuvieron cerca de la representación-espejo. Son como un espejo cuya imagen está intervenida, pero que sigue refiriéndose a la otro lado, al mundo de lo inmediato.
Pero el símbolo físico tiene otra presencia. No se representa nada ni representa nada, sino que pone en escena una acción. Por ejemplo, el famoso tachito con agujeros con el que Max Ernst inventó el goteado-dripping que después utilizó Pollock.
Violeta no utiliza chorreados. Sino giros. Trompos. Si el símbolo-físico de Pollock es el chorreado, el de Violeta es el giro. Girar sobre sí. Dar vueltas y vueltas. La acción habla, nos dice. Pollock chorreaba, dejaba caer las gotas como bombas en un campo de batalla. Violeta da vueltas y vueltas sobre sí misma.
Pensé mucho en esta obra de Cincioni todo este último tiempo antes de volver a subir post. Pensé que las obras de Violeta son como la carta de Fernanda Laguna que publiqué ayer y anteayer. Son vueltas sobre uno mismo. Es darle vueltas a la cabeza como un trompo hasta que tengamos una acción que a veces no se parece tanto a una respuesta.

martes, 26 de febrero de 2008

Saber decir que no (el regalo de Fer segunda parte)

Fernanda se lo permite todo y hace magia con sus indecisiones. En realidad no son indecisiones porque ella siempre sabe lo que quiere, pero asume las dudas, asume la confusión. No es fácil encontrar gente que asuma su confusión en público. Y Fer lo hace. Esta carta es el ejemplo. Es todo un documento artístico. Fer la quiso compartir conmigo y yo la quise compartir con ustedes. Porque me parece reimportante. Saber escucharte. Escucharnos. No siempre lo hacemos. No es fácil.

Muchas veces terminamos por mezclar nuestra voz en el tumulto general para que el momento pase.
Escribo para muy pocas personas que conozco. Y para muchas otras que no conozco, pero que sé que son maravillosas. Y escribo para mí. Y el resto me importa realmente poco.
Escribo cuando sé que necesito hacerlo, que brota en mí una necesidad irrefrenable. Fernanda Laguna me enseñó a no tener miedo ni cuando estamos llenos de miedos. A animarse.
Este es un momento muy especial para mí. Hoy lo pensé un montón y la verdad es que no sé exactamente por qué, pero siento que lo es.
Estuve viendo muchas muestras, mucha obra. Descubriendo a artistas emocionantes. Ustedes saben que es hermoso descubrir nuevos artistas y todas las sensaciones que ellos transmiten. Hay artistas que por el contrario se cierran. Es como si se dijeran “me gusta hasta acá”. Y es que en verdad hay mucha gente del mundo del arte a la que no le gusta mirar. Porque el arte no es sólo cuestión de continuarse en una obra, sino de atreverse a mirar. A mirar lo que antes no mirábamos.

El arte es un aprendizaje por la mirada. Y digo mirada en un sentido muy amplio.
Mirar implica un mundo de cosas. Mirar es una aventura. Es prestar atención, es tratar de entender la actitud del otro. Es un acto de amor.
El mundo del arte cambia mucho con el tiempo. Cada semana es una vida, cada mes son varias vidas. Porque son demasiadas cosas interesantes todas transcurriendo al mismo tiempo y sólo en Buenos Aires.
Por eso me gusta descubrir gente que se interese por la mirada. Por las formas de ver.
Los que siento mas cerca son aquellos con los que comparto esto. No están atentos sólo con la obra o el artista, sino que siempre tienen que decirnos algo nuevo sobre su visión.
Los que más me aburren son los que no se bancan esto. Porque cada vez encontrás más espectadores que quieres que mires las cosas de una sola manera. Que les hables así o asá.
Adoro tener ojos. Adoro poder mirar. Me alucina que los ojos me digan cosas distintas todo el tiempo. Que me ayuden a tener cada vez menos prejuicios.
La escritura es una forma de encontrar otros sentidos a lo que veo.
Y todo esto es una actitud.

El regalo de Fer no fueron las fotos.
Fue su gesto. Fue su actitud.
Fue su generosidad.
Como el de los adorables que cité en el post anterior.
Me encanta que estén acá, conmigo.
Me encantan que no tengan miedo de seguir adentrándose en el misterio de mirar.
Una vez más: gracias.
Los quiero.

lunes, 25 de febrero de 2008

Los quiero un montón (El regalo de Fer primera parte)

No pensaba volver. Algo en mí me decía que se había cumplido un ciclo. Ya. Si bien en ningún momento lo tuve del todo en claro, me daba vueltas la idea de seguir con mis textitos en privado, haciéndolos circular entre repocos amigos.
Ustedes ya lo saben. Tengo una compulsión por ordenar lo que siento mientras escribo. Porque se me mezcla todo. Lo que mis ojos me dicen, lo que recuerdo haber leído, los comentarios que escucho, lo que me gustaría que fuera, lo que me da dudas, lo que odio profundamente, lo que me causa una inminente simpatía sin saber muy bien de qué se trata.
Empecé con Mao y Lenin porque en un momento me pareció copado que otros que no conocía o que no conocía personalmente tuvieran la oportunidad, si tenían ganas, de leerlo.
El efecto, también se los conté, me superó. Pasaron muchas cosas, demasiadas. A principio de este año estaba repilas. Sentía una rebuena energía y me dije, sin ninguna razón que acompañara esa idea, que sería un año rebueno, intenso. Genial.

El horóscopo de Ludovica lo leí después. Y corroboró esa potencia que me recorría.
Empecé a anotar como loca muchas sensaciones que quería seguir llevando conmigo. Las sensaciones son mi combustible, más que cualquier otra cosa.
Cumplí años y me fui a una quinta. Tenía muchos mails que responder. De hecho el año pasado me saturé mucho con los mails. Seguro que estaba equivocada, y que sigo estando equivocada, pero en medio de tanto amor también sentí mucho reclamo. Cuando comienzan a reclamarme me espanto. No creo que esté bien, pero me pasa así.
Por ejemplo Leo Estol. Me mandó unos mails muy lindos pero con muchos reclamos. No lo hace con mala onda (Leo es un sol) pero no tenía ganas de asumir ese lugar. Cuento lo de Leo porque lo quiero un montón y sé que en muchas cosas me entiende. Pero no fue el único. En un momento lo que sentía empezó a cambiar. La energía cambió de signo.
A veces es difícil expresar con palabras todo lo que una siente, porque las palabras son maravillosas y parciales. Parciales muchas veces diciendo de más. Es difícil lograr que digan lo justo. Entonces fue cuando me revoloteó esa idea. Abandonar Mao y Lenin. Y más adelante, si me daban ganas, empezar con otro. O no sé, otra cosa.
Por ahí largarme a hacer obra. Pero no es para mí. Lo pensé mucho. Me gusta mirar. Necesito escribir sobre lo que miro y lo que me pasa cuando lo hago.
Entonces me escribió Natalí de Radar para invitarme a escribir. Me puse contenta.
Ya había tenido otra invitación. Alejandro Correa me había invitado a escribir en La Negra pero después se arrepintió, no sé por qué.

Natalí fue reamable y me insistió para que escribiera notas en el diario. Les aseguro que lo pensé. Mucho. Muchísimo. Pero después comenzaron de nuevo los reclamos; que reuniones, que esto, que aquello. Por ahí fui yo la que lo dejé enfriar. Por ahí no quería.
No sé. No es histeria. Es una indecisión instintiva. Como que a veces algo me dice que sí y otras veces me hace quedarme quieta. Como hacen los animalitos: Nada. Te quedás inmovilizada esperando a ver que sucede. Y no sucede nada.
Entonces pensás en que por ahí está bueno que no pase nada. Pero no estás segura.
Pero me pasaron dos cosas. Y las necesito contar.
Dos mails. En realidad tres porque uno se divide en dos partes.
El primero es de Lula Mari. Adoro a Lula, lo que es, su obra, su sensibilidad. La quiero un montón, y ella lo sabe. Lula odia que cuente lo que nos escribimos, pero no puedo dejar de hacerlo. Espero Lula que me perdones porque lo cuento.
Lula me escribió:

“ojala estés de vacaciones, y estés descansando del blog, y mas ojala que vuelvas a escribir pronto o no pronto, pero que vuelvas a escribir,
bueno, es que me encanta leerte.”

Lula, como Flavia Da Rin, tocan mi corazón. Es una conexión mágica, inexplicable, o que yo no sé cómo explicármela. Pero lo hacen.
Esas breves líneas de Lula me tocaron.
Como también me tocan otras palabras que suenan a reclamo pero no lo son ¡porque son una orden realizada con todo amor! Me refiero a otro mail (que tampoco contesté) de Rafael Cippolini donde me decía:

“Hacé lo que tengas ganas, como siempre. Pero ¿sabés qué? Me encantaría volver a leerte.”

Y después vino el remate. Fueron dos mails de Fernanda Laguna. Divinos. Dos mails en los que me contaba cosas decisivas para ella. Decisiones.
El primer mail es el de la foto que les muestro. Es una foto de una carta.
Me pareció tan valiente, tan fuera de lo común.
Ya sabemos que Fernanda es eso y mucho más. Pero me contagió su coraje.
Me contó por qué rechazó la oferta que le hizo ArteBA de ser la directora del premio Petrobrás. Fernanda es genial (lástima que su rechazo nos legó el desastre; por supuesto no lo digo ni por María Gainza, ni por Graciela Speranza ni por Claude Iglesias).

Acá estoy. De nuevo.
Aprendiendo cómo hacer las cosas.
Y tratándolas de hacer lo mejor que me salgan.

Gracias. Un montón de gracias.
En serio.

Los quiero.