No solamente punk, ni siquiera únicamente rock, aunque hay mucho de eso, sino la música en nuestra libido. No digo que la música sea nuestra libido, pero sí que esta última está mezclada con sonidos. ¡¡Somos la generación de la libido musical!! Muchos de nuestros papás ya se copaban con varios grupos que a nosotros hoy nos gustan. El rock, en todas sus especies y subespecies, géneros y formas, ya es una cuestión que atraviesa a varias generaciones. Pero no era sobre eso que quería escribir, sino sobre como hacer arte está cada vez más cerca, es cada vez más parecido a pensar y sentir la música. Pienso, por ejemplo, que los Oligatega Numeric funcionan como una banda de rock. Y al revés, que los Hipnoflautas funcionan como un colectivo artístico. Además que cada vez más artistas propongan una temática rock, la praxis artística progresivamente, numéricamente también, es más y más cercana a la cultura rock. Creo que mientras las bandas mainstream tienen cada vez gestos más autómatas y su actitud suele ser muy previsible, y me refiero desde los Artics Monkeys hasta Jóvenes Pordioseros, en el terreno del arte contemporáneo cada vez existe más una forma de rockear súper experimental, como si la mejor búsqueda de la cultura rock se hubiera trasladado al arte. Y eso contagia otras generaciones y otros terrenos. Un referente potente y capo como Jacoby fue letrista de Virus. Diana Aisenberg tiene más actitud rockera que Cerati, aunque ella no se lo proponga. Fabián Burgos tiene un discurso tremendamente pop. Un crítico como Cippolini utiliza para escribir tantos ejemplos de cultura rock como de la historia del arte. Me da la impresión de que las frontera entre el rock y el arte atraviesan una mutación interesante y en cierto modo inédita, aunque este proceso lleve ya mucho tiempo. Y si pienso más tendría tantas evidencias que podría seguir escribiendo por horas.