lunes, 26 de febrero de 2007

Sus padrinos deben ser Tom y Jerry

Me quedo pensando en esto: ingreso en otra dimensión leyendo viejas revistas de arte y recortes de diarios con más de diez años de antigüedad y encuentro textos sobre artistas-estrellas de la década pasada como Pombo y Harte en los cuales los críticos de entonces (veo muchas notas de esa época firmadas por Laura Batkis, Fabián Lebenglik, Julio Sánchez y Santiago García Navarro) utilizaban una y otra vez parámetros como “lo kitsch”, “parodia”, “cultura de masas”, “simulación”, etc. Pienso ahora ¿para quién escribían? Por ejemplo, hoy que quiero escribir sobre la obra de Nicanor Araoz ¿me servirían semejantes descriptores? ¿me son útiles ahora si mi deseo fuera analizar aquellas obras de los 90? Leo ayer en Radar de Página 12 una nota firmada por una tal María Moreno sobre un libro que acaba de publicarse sobre Pombo y parece escrita por mi mamá: la imagen de la tapa de encanta como me encantó la última muestra de Pombo en Ruth Benzacar, pero tengo miedo que los estudios de este libro sean un plomo absoluto. Y atención: me gusta leer sobre arte y me interesan los textos complicados, que me hagan pensar y me disparen hacia libros que no conocía. Pero no me engancho con una forma tremendamente arcaica de acercarse a obras contemporáneas, a medir todo con una regla universitaria que me habla solamente de esas viejas herramientas teóricas y no de la obra.
Vuelvo a Nicanor: su obra, desde muchos puntos de vista, es de lo más políticamente incorrecta. Animales taxidermizados, en situaciones propias de cualquier dibujo animado. Miren la foto: ¿no sintetizan toda la estética de los más clásicos dibujos animados que forman parte de nuestro cerebro desde incluso antes de nuestro nacimiento? Si la obra de otro artista fundamental del 2000 como Martín Legón reconstruye formalmente encontrándole nuevos sentidos a una estética de historieta de los cuarenta-cincuenta-sesenta, la obra de Nicanor no cita directamente ni sus propias vivencias como lo hacían los artistas del noventa, ni a la historia del arte, ni a los recursos académicos, sino que investiga las zonas profundas de una fantasía que está en lo más hondo de nuestro inconsciente. La obra de Nicanor es a la vez trágica, bestial y feliz, directa, la puede entender mi primito de cuatro años y puede arrancarle una mueca de admiración, horror y diversión, todo mezclado, a mi abuela. Utiliza materiales múltiples, ya que resulta escultórica pero también funcionaría como fotografía. ¿Qué podría escribir sobre una obra así un crítico solemne como Daniel Molina, que en su momento no hizo más que criticar a jóvenes próceres como Bianchi y Estol? Me da la impresión que algo está cambiando. Que un artista tan valioso como Nicanor Araoz es dueño de canales de llegada al espectador que poco se parecen a los que promocionaban aquellas viejas notas críticas de los 90. Que es un arte de otra generación, para otro tipo de sensibilidad. Y eso no puede dejar de ser bueno.