El año pasado, ArteBA nos trajo muchas (y muy buenas) sorpresas. Por ejemplo, las chicas de la foto, esas artistas cordobesas que irrumpieron en la escena como una banda de rock: Pequeño Bambi. Una y otra vez leemos o escuchamos hablar, ponderar o censurar la forma de vida rock, refiriéndose casi siempre a la convulsionada cotidianeidad de las estrellas rockers y otros músicos afines. Me pareció genial que estas chicas mezclaran los campos: no sabemos si son artistas visuales que simulan una vida de rockstars o si por el contrario don dos rockstars ingresando en el mundo del arte. O por ahí las dos cosas. Me alucinó oirlas y verlas tocar, vestidas como peluches y saltando y gritando. ¿Cómo las catalogaría un crítico? ¿Cómo una obra conceptual? ¿Cómo una obra performática? ¿Sonora? Pero ¿a quién le importan las clasificaciones? ¿Y si estas chicas son una crítica feroz a Camino a la fama? Estos sentidos no son los más interesantes. Por lo menos, a mí me interesa lo que me transmite una obra, y esta me transmitió una energía buenísima, mucha diversión, y la libertad de no quemarme tanto la cabeza eligiendo entre las artes visuales y el rock, si lo que importa, cada día estoy más segura, es crear, hacer obra, escribir y pensar sin ningun mandato sobre los formatos o géneros que nos interesan. Esto tiene de sano esta época: antes, en la época de mis viejos y más hacia atrás, tenías que elegir si ser música o pintar. Ahora, podés sumergirte en todo al mismo tiempo y, la verdad, está lindísimo.