Hay algo conmovedor en que Wonderland haya sido traducido como el País de las Maravillas. No se trata de cualquier tierra maravillosa, sino de un país. Un país es algo más específico que un lugar, palabra de connotaciones más genéricas y por lo tanto amplias. Hubiéramos esperado una palabra como reino (el reino de las maravillas) pero seguramente para alguien tan inglés como Mr. Lewis Kingdom tiene demasiada carga y el traductor intentó ser lo bastante cauteloso. Es divertido, porque su cautela lo llevó a inventar un país o al menos a enfatizarlo y nos propuso a todos nosotros, sus ávidos lectores, con las inmensas ganas de habitar en un país que también sea maravilloso, pero un país en el que no es tan simple sobrevivir ni tomar el té, porque detrás del espejo las reglas no son las mismas que en nuestro mundo. Esta exquisita torta de los conejos que el más exquisito aún Mariano Grassi nos regaló con su mirada conmovedora es el pasaporte a un país que seguramente sea el modelo más acabado de la tierra de las fantasías sobre la que estuvimos hablando en estos últimos días. Pero estoy haciendo trampa porque en ningún momento hablamos de tierra, sino de aire. Porque las fantasías no están en la tierra sino en el aire para que podamos atraparlas mientras volamos. Somos militantes de la psicodelia y del aire: esa es mi conciencia social, lo que hace que este planeta tan heavy mental sea más agradable. Y no me olvido de todo el resto, pero por el momento quiero seguir a los conejos por ese valle de fantasías.