lunes, 23 de julio de 2007

Que la cotidianeidad siempre sea otra cosa. Muy otra cosa.

Me costó darme cuenta y entenderlo con hechos. Son verdades tan simples, tan inmediatas, tan literales, que sabemos que se trata de eso y cómo es pero aún no le damos en nosotros el giro necesario. Sobre la que hoy voy a escribirles es sobre cambiar la cabeza. Es un principio elemental y sabio: si querés tener la cabeza en otro lado, muchas veces es muy eficiente realmente mudarla a otra parte. Ya sé, hay obsesiones y problemas que están tan prendidos de nuestras neuronas que vayamos a donde vayamos, ahí estarán. Pero no estoy hablando de dejar atrás nada, ni de sacudirnos lo que ya no deseamos. A lo que me refiero es a incorporar otras experiencias, a reformatearnos. Lo complicado es que vamos lejos a buscar lo mismo. Antes de salir ya sabemos lo que queremos encontrar. Entonces, jamás nada nos encuentra. Pero cuando no tenés idea qué querés encontrar (y esa es toda una actitud), la maravilla se hace presente. Hay que escribir durante la experiencia y después, pero no antes. Noto que cada vez más amigas y amigos están deseosos de que les sucedan ciertas cosas que ya tienen bien definidas. Lo genial es cuando en realidad no sabés. Ninguna idea anterior. Para mí fue fácil: me fui al campo de una tía. Así de simple. Y salí a caminar. Todos los días. Si vas buscando acción, es un embole. ¡¡No pasa nada!! Pero si ponés los sentidos en marcha y entendés que todo cuenta, de lo micro a lo macro o al revés (de un horizonte en el amanecer a una luciérnaga ni bien está cayendo el día) todo se vuelve genial. Los desayunos, mirar por la ventana, incorporar todos esos momentos que habitualmente tenemos súperprogramados, automatizados. Prepararme un mate cocido fue genial ¡¡una experiencia única!! Cuando salís de la fábrica de cotidianeidad en la que estamos inmersos, cuando te detenés a observar una vieja pared como un espectáculo único, los torrentes de imaginación invaden tu cabeza. Recuperás enseguida las tardes de patio de tu infancia. Los detalles de tu balcón y de tu pieza que creías borrados para siempre. Y es todo lo contrario de la nostalgia. Es ingresar en otro reino que no es aquel, porque vos ya no sos la misma o el mismo. Walter Álvarez lo sabe muy bien. En él la cotidianeidad siempre es otra cosa. En sus imágenes siempre queda tan claro que ningún instante se repite. Que nuestra historia es singular, que jamás hubo ni habrá otra igual. Que mi forma de ver arte, de acercarme a lo que hacen los artistas es diferente a todas las que existen y existieron en el planeta. Y que mi forma de escribir también lo es. Escribo con el lenguaje de todos los días ¡¡y sin embargo todo es tan distinto!! Valorá tu experiencia. Walter me da confianza: veo sus momentos, sus historias y sé que podrían ser los míos, todo lo que me fue pasando en algún momento de mi vida. Es igual y no lo es, porque Walter me señala cosas que yo no había valorado de la misma forma. Cada uno de nosotros tiene su estilo. Los artistas que amamos nos enseñan a descubrirlo.