Lo loco es que si una lo piensa el agujero nunca es confiable del todo. Porque el agujero comunica, pero también nos hace vulnerables. Un agujero puede ser una herida, como cuando alguien te dice “me hicieron un agujero”. Pero una ventana también es a su modo un agujero. Y esto es lo que sabe perfectamente Lucía Spotorno. Para ella los agujeros son algo amable. Tan amable que deja que el azar se filtre por ellos. Porque para Lucía los agujeros son sus ojos, un sitio donde todo se mezcla, todo fluye. Los colores, las formas. Agujero es un sitio donde podemos caernos (los pozos son agujeros) y caerse a veces viene muy bien. El problema es que en los pozos uno cae siempre hacia abajo, porque así lo dictamina la ley de la gravedad o la gravedad a secas. Pero Lucía nos presenta agujeros en los que nos elevamos. Si pienso en la pintura del maestro de todos los maestros que es Max Gómez Canle, recuerdo que también está llena de agujeros. Max, como Lucía, es un cultor de agujeros: un boquetero. Ambos son creadores de mundos. Abren agujeros para ver más allá. Y más allá siempre hay colores. ¡¡Qué platónica que estoy!! Porque fue ese filosofo barbón el que puso a uno de sus personajes más famosos de espaldas. Que extraño eso de ser un protagonista absoluto de la historia de la filosofía y no tener nombre. Y este hombre no sólo veía las cosas desde un agujero, porque la caverna es un agujero, sin que ¡¡además de espaldas!! Pero una vez que se libera avanza hacia la luz. O sea que, para Platón, un acto de conocimiento muy groso es enfrentarnos a un agujero, la puerta de la caverna. Pero atención: Platón dice caverna y no cueva. La cueva tiene una sola salida. Es como un iglú de piedra. En cambio la caverna tiene pasadizos, chicos o grandes, y avanza hacia el corazón de la montaña. Así son las pinturas de Lucía, que avanzan hacia nuestro corazón. Su mensaje son formas y colores. ¿¿Y qué otra cosa necesita nuestro corazón que la magia de formas y colores??