Bonjour!!
Un amigo me decía ayer: “todo artista tiene que convivir con la certeza insoportable de que cada una de sus obras siempre dirá mucho más de lo que cree que dice”. Un decir que se acaba con la obra, cuando esta se destruye, por ejemplo. O sea que un artista sabe lo que le gustaría que su obra diga, e intentará que su obra intente decir ciertas cosas, pero que ella dirá otras tantas que le resultarán por ahí imprevisibles. Porque gente de otras generaciones le aportará a su obra discursos que al artista le gusten o deteste y que cada uno de esos discursos competirá por los sentidos de su obra.
¡¡Y es que a mí me pasa lo mismo!! Todos estos días estuve pensando que lo que escribo también dice mucho más de lo que pienso que puede decir. Toda obra (y nosotros mismos también) convivimos con un montón de discursos y sensaciones que nos rodean y atraviesan que sería inútil tratar de controlar.
Me costó bastante aceptarlo, mucho más que entenderlo, pero cada día estoy más convencida que todo eso genial y tonto, bueno y pésimo, interesante y pesado que se dice de una obra es parte de ella, de su vida. Y que las mejores obras cargan consigo centenares y miles de discursos rarísimos.
Hay un misterio que es esa indeterminación, que es el azar o el destino que señala los discursos que tocan en suerte a cada obra. Me da la impresión de que Guillermo Faivovich lo sabe muy bien. Sus obras esquivan el sentido fácil. Se colocan en una situación que no es cómoda. La mayor parte del tiempo, me paro frente a una obra y se me ocurren miles de cosas. Frente a una obra de Guillermo lo primero que vienen a la cabeza son dudas. ¡¡Y eso está rebueno!! Frente a otras obras creo tener una idea de qué me quieren transmitir. Pero nunca me sucede eso con las obras de Guillermo. Y si voy anotando las obras suyas que recuerdo haber visto y trato de hacerme una idea del sentido del conjunto ¡¡me resulta cada vez más raro!!
Es una obra particularmente armónica, paciente con el espectador. Las obras mismas nos proponen y reclaman ese tiempo de contemplación. Parecen decirnos “puedo esperarte; mirame con tranquilidad.”
Hablé una sola vez con Guillermo y no creo que se acuerde. Él me pareció mucho más impaciente que su obra. Un chico muy inteligente y sensible. Me intriga mucho la relación que se establece entre él y sus fotografías.
Sospecho que ese tiempo que sus obras nos reclaman es el mismo o parecido al que él les brinda a ellas, a pesar de su impaciencia (por ahí no es nada impaciente, eso me pareció a mí). Que se coloca en un espacio en el que ellas tienen que dar muchas vueltas para regresar a él. Y que en ese camino tienen que desprenderse de sus sentidos más obvios.
Porque de la obra de Guillermo pueden decirse tantas cosas pero jamás que son obvias.
La obra que está exponiendo en el edificio del Correo Central es preciosa.
Véanla y después me cuentan qué les pareció.
Todo lo que acabo de escribir es lo que volví a pensar cuando dejé que esos meteoritos se hundieran en mis emociones más sutiles.
lunes, 30 de julio de 2007
La paciencia de la belleza
Publicado por Anita en 9:12