lunes, 19 de noviembre de 2007

Un post dedicado

Una cosa es “me gustó, no me gustó”, o mejor aún, el modelado de emociones, de adhesiones y disgustos, de antipatías y minuciosas indiferencias que van armando como si fuera un lento rasti el vínculo vital que me enlaza al arte.
Pero muy diferente es que todo el tiempo toque con la punta de mis dedos las posibilidades que me dan las palabras. Porque siempre quise que Mao y Lenin fuera un mundo de frases y pausas. Una lenta partida de ajedrez que juego con un ambiente, ese espacio que se define en las muestras que veo, en las obras que me hablan, en las respuestas y los constantes interrogantes que siembran en mi los artistas.
Ustedes ya lo saben, no creo en la objetividad. Como me dijo mi maestro en uno de sus últimos mails “objetividad es el nombre del pacto que ciertas personas realizan con las instituciones ventrílocuas que hablan desde ellas”.
Cada palabra debe sostenerme. Cada letra. Este es desafío cuando mis interlocutores son casi todos artistas que, siendo un poco maliciosa, puedo dividir en dos bandos o categorías: los que buscan rápido los nombres propios para ver si escribo de ellos y de su obra, y por sobre todo en qué términos me refiero a ellos en relación a colegas, amigos o contrincantes. Es una tipología muy extendida de artistas que, como yo, como todos, debe sostener su mundo. Entonces mentalmente se programa en un inventario de pertenencias y todo lo que no entra en ese inventario lo aburre.
Siempre preferí los mundos abiertos a los cerrados.
Resulta precioso obtener coincidencias, que mis intereses sean los de muchos o varios. Pero es algo que jamás forzaré. No me interesa ni podría. Si hay algo con lo que no me llevo nada, pero nada, es con la especulación.
Después están esos otros artistas y no artistas a los que les interesa un tema, ese algo por encima de los nombres. Que no están histéricos por estar al día sino que les interesa mas conectarse desde otro sitio.
Pues bien, cada vez mas habito en ese otro sitio.
También me canso, como todos.
Lula Mari me manda unas cartas relindas. Flavia Da Rin también. Es una copada absoluta. Cada tanto también lo hace Adri Minoliti. Leo Estol es un divino que me sostiene siempre.
La Chica Voladora me dice que siempre estoy presente y casi siempre le creo. Después están los que me escriben sólo cuando los nombro y los que me leen para ver qué leen sus amigos. Pero también están los que me leen porque les gusta que siga escribiendo. Como Daniela Luna que es como mi hermana lunar. Como Yamandú, que es mi hermano mayor. Como Rafa Cippolini, que es mi guía. O los que me leen en silencio pero están siempre presentes, como ese caramelo dulce que es Leonel Pinola, de quien me enamoré perdidamente cuando vi mi mochila en vivo y en directo en Belleza y Felicidad, en una de las mejores muestras del año. Ya ven, también tengo mi vanidad y autoestima, aunque ésta muchas veces sea una sombra que se arrastra.
Quería hacer un post dedicado a esta gente. Un post redemagógico adrede, porque es por ellos que sigo con este blog.
Por quienes mis palabras siguen su camino.
Quiero que este blog sea sólo una dedicatoria con muchas palabras.
Nada.
Quería decirles que los quiero.
Que ustedes también son Mao y Lenin.