viernes, 2 de noviembre de 2007

Dos a creerse


De cualquier lado.
Un abogado al que le gustan los collages y termina interviniendo lo que debería ser un síntoma de la moda. Porque de eso quiero hablarles, de qué hacer con la moda. Pues ¡¡transformarla en arte!!
La moda no tiene por qué ser un arte en sí. Nada tiene por qué ser un arte en sí. Porque de esto también quiero hablarles: de por qué estoy en guerra con prejuzgar que un tipo de formato es pretendidamente artístico de antemano.
Roberto Padilla es abogado, les contaba. Si hay algo que no me gustan son los abogados. ¡¡Ahora soy yo la que prejuzgo!!
¿¿Cómo hacer para que ciertas manifestaciones no tengan porque sí una imputación artística de antemano?? No entiendo por qué un óleo sobre bastidor tiene que poseer mayores posibilidades de ser arte que un mantel encontrado en un mercado de pulgas. Para mí lo que vale es ese estado de poesía. Es algo que está en un espacio intenso de comunicación.
Y para que ese estado intenso sea arte tiene que venir alguien que nos diga “soy artista y esto que ves es arte”. Eso para empezar. Y luego alguien que lo vea y le crea “¡¡sí!! Eso que me mostrás es arte.”
Porque se necesitan las dos partes para tener esa convicción. El espectador sólo, por más poder que tenga, no puede transformar algo en arte. Y quien se diga artista, por más fe que se tenga, tampoco puede transmutar la materia en esa otra cosa sin la complicidad de alguien que le crea.

Nos olvidamos muy seguido de esto. De esta doble necesidad de creencia.
Es como en el amor: si dos se creen mutuamente, lo que opina el resto del mundo importa un pepino.
Antes de ese flechazo amoroso no existe nada. O lo que existe no tiene mucha importancia.
Cada generación crea su nuevo flechazo amoroso. Que dura mucho, poco o nada. Cuanto mejor el es espectador, cuanto más intenso, más suerte tiene el artista. Y al revés.
Se trata de una necesidad mutua.
Roberto recorta y hace de una vieja revistas de moda otra cosa. Una visión.
Pero necesita de nosotros, que le creemos. A veces los artistas se olvidan de que en el amor, como en el arte, siempre se necesitan dos. Los espectadores también nos olvidamos que una y otra vez es una elección mutua. El artista también nos elige.
Cuanto mejor haga su elección el artista, más potente será su suerte.

Dos ángeles de la guarda. Mutuos.
El artista lo tiene en su espectador favorito.
Y al revés.