martes, 20 de noviembre de 2007

Más sobre mis complices, los interlocutores visuales

Lo que quiero hacer, si es que me propongo algo específico, es descubrir zonas, espacios de afecto y visión a partir de mi viaje de palabras. César Aira tiene ese método del desbocamiento de frases: escribe algo, lo que sea, lo que le sale, y en vez de ponerse a corregir intenta corregir en una nueva página, con más frases. Corrige para delante. Como si en vez de insistir con tu mismo dibujo hicieras otro dibujo nuevo para remediar al anterior y este nuevo dibujo formara parte del dibujo inicial. Hago algo parecido. Estoy descubriendo que necesito descubrir afectos con la mirada. Claro que la mirada que entrenamos es como una mirada de rayos X, que ve mas allá de las cosas. Es una mirada semiológica, una mirada que ya viene cargadísima. Y esa mirada afectuosa, que necesita cargarse de emociones, todo el tiempo va descubriendo zonas. Si escribí el post anterior fue porque necesité decir que mi mirada no es sólo mía, que es una mirada que se sostiene en la mirada de otros a quienes quiero y necesito. De la misma manera en que seguramente mi mirada está presente, invitada, en la mirada de quienes son mis interlocutores visuales.
Digo esto que me parece muy importante porque estoy HARTA, sí HARTA del circuito del arte en Buenos Aires. Muy HARTA. Entonces, en vez de quejarme por todo lo que no me da afecto, lo que hago es pensar empíricamente. Esmerarme en el trazado de mi mundo portátil.
Cada uno de nosotros tiene un mundo. Que es como un jardín. Es el sitio donde cultivamos las especies que mas nos gustan. Las plantas y flores de mi jardín son miradas. Miradas que construyo en diálogo con otros. Sin ampararme en ningún bando. Es una zona de intercambio de afectos visuales.
Porque para vivir un mundo tenemos que ir viéndolo a medida que lo vivimos. Creando mas y mas miradas. Mi forma de mirar es escribir. Rodear mis afectos con palabras, darles nuevos nombres.
Repito algo que decía ayer: a todos nos gusta y mucho que nos hablen y bien de lo que hacemos. Pero es genial cuando podemos fundar un diálogo que vaya más allá de ese rastro de narcisismo. Cuando podemos ampliar nuestro mundo, nuestra mirada afectiva.
Mi mundo no será jamás una isla, aislada. Por el contrario, es como una nave que va de aquí para allá. Una nave living donde recibo amigos.
Es uno de esos edificios móviles de Adriana Minoliti.
Es un observatorio desde donde mandar señales a todo el universo.
Aprendo a ver mientras escribo. Mientras cuido a mis palabras. Mientras voy construyendo frases en las que intento sostenerme.
En la que no necesito especular con nada ni nadie.
Mientras que sigo navegando, cultivando las especies mas fabulosas.
Nuestro oxígeno.