A veces sueño así, o parecido. No me refiero a lo que sucede, a la narración del sueño que cuando me despierto está fragmentada en mi cabeza. Me refiero más bien a cómo se verían mis sueños si los proyectaran en una pantalla de cine. No serían imágenes de última tecnología, sino que se parecerían a cómo se veía el mundo en la época de nuestros papás. Mis sueños tienen bastante de setentas en su textura, de un tiempo que no es tan lejano pero que no vivimos, que no conocemos sino por aquellos viejos álbumes familiares. Mis sueños tienen mucho de un presente que se parece al pasado.
No tengo sueños muy raros. Todo lo que sueño es posible. O fue posible. Y pertenece a un tiempo cercano. A veces no conozco a los soñados, pero sé que podrían ser mis amigos. Seguramente son variaciones de ellos.
Y lo que recuerdo cuando me despierto tiene siempre algo de extraño pero a la vez muy familiar.
La luz, los gestos, la naturaleza, los interiores, toda la serie que Geraldine Lanteri dedicó a Claude, su novio, tiene algo de la imagen con la que nos representamos nuestros recuerdos. Ejemplifican casi a la perfección el modelo en el que imagino a mis sueños. Algo sepia, virado a un magenta que encontramos en las fotos que conservan nuestros abuelos de cuando nuestros papás eran adolescentes. En la era de los fotologs sus obras tienen algo de otra época, de un tiempo distinto. Geraldine ubica a Claude en tiempos que no le pertenecen y sin embargo le sientan muy bien. Lo dispara al pasado, a historias de una familiaridad extraña. Por ahí toda familiaridad es extraña, pero como la pensamos como propia ese efecto se diluye. ¿¿se entiende lo que digo??
Son fotografías conmovedoras porque no se abandonan al presente de internet, a la memoria capturada por la web, sino que guardan toda la apariencia de una fotografía con esa luz brillante y todopoderosa que tienen los momentos felices e intensos.
El misterio puede ser oscuro, pero la felicidad imita al sol.
Son imágenes que parecen surgidas de un tiempo anterior al video, y por lo tanto también anterior a la computadora. Son imágenes a la vez cercanas e inalcanzables y debe ser por eso que nos evocan un instante potente, a la vez legendario y próximo.
En las fotos que les muestro Claude no ríe. Parece concentrado, entregado a algo.
Las fotos de Geraldine muestran y demuestran su amor, pero en esas instancias en las que no es obvio. ¡¡Y sin embargo es reevidente!!
La felicidad no sólo imita al sol, sino también a Claude.
Tiene gestos de niño y mirada de alguien que atravesó océanos de tiempo.
Esto último no es muy poético. Debería tacharlo.
Pero no quiero. Me salió así y está bien.
Que las imágenes tengan un no sé qué de otra época no debe quitarle espontaneidad a lo que escribo.
Es relindo lo que hacés, Geraldine.
martes, 4 de septiembre de 2007
La felicidad imita al sol que declina y a Claude
Publicado por Anita en 0:45