martes, 3 de abril de 2007

Cambiaste tu peinado y se transformó la historia, aunque seas una chica clásica


Los punks, los impresionistas, los artistas pop, los situacionistas, los surrealistas, los artistas politizados, las feministas, a lo largo de la historia siempre hubo gente que dedicó su vida a tratar de cambiar las cosas. Y más allá de cuáles hayan sido sus objetivos y de si los cumplieron, en todos los casos algo cambiaron: la forma de vestirse, de hablar, de escuchar, de ver, de pintar, de bailar, de caminar por una ciudad, de relacionarse con los sueños, de liberar su sensibilidad, etc. A la mayoría de nosotros nos pasó alguna vez una mañana despertarnos y antes de salir de la cama haber pensado ¿¿qué es lo que yo tengo ganas de cambiar?? ¿¿qué es lo que me es necesario cambiar?? O bien ¿¿seré recordada algún día por haber cambiado algo, fuera lo que fuera?? A las dos semanas de cumplir 15 supe que tenía que cambiar mi onda. Como leí en algún lado: “si no podés cambiar el mundo, por lo menos cambiá tu peinado”. Y no tuve que pensar mucho: ya conté en otro posteo que mi fanatismo por los dibus de Evangelion tuvo una importancia fundamental en ayudarme a determinar cómo quería que me vieran.

Además, a principios de esta década el estilo punk ya era tan clásico que podía parecer conservador ¡¡y eso me encantó!! Ser una chica punk y clásica y en realidad no ser ninguna de las dos cosas. Este movimiento me parece importantísimo a la hora de cambiar: al contrario del motivo de la angustia existencial de Hamlet, ya no se trata de ser O no ser, sino de Ser Y no ser. Porque por mas que mantengas el estilo siempre es otra cosa. Si en los sesentas en Londres te vestías como María Antonieta eras mod. Si hoy te vestís así acá, desconcertás. Sos y no sos. Hagas lo que hagas, si sos auténtica estás condenada a la originalidad, porque estás desplazando el momento de origen. En este sentido las pinturas de Ana Vofelgang son muy novedosas: en otras décadas hubieran dicho que era una reacción a la abstracción, o una construcción intimista, o imágenes de una reconstruida cotidianeidad, o una vuelta a la pintura, o un nuevo nuevo realismo y muchísimas otras cosas. Y seguramente la pintura de Ana se nutre de todas estas discusiones, de todo lo que se pintó durante siglos, pero a la vez es otra cosa. Es y no es.

Porque es la obra de una chica talentosa de finales de la primera década del siglo XXI. Son todos estos fantasmas del pasado los que se acercan a las imágenes de Ana y no al revés. La obra de Ana navega por el presente con todas sus apuestas e interrogaciones. Y hay pocas cosas más excitantes que entregarse a este juego. ¡¡Y vean Destroyers en el Borges que está re buena!!