lunes, 25 de febrero de 2008

Los quiero un montón (El regalo de Fer primera parte)

No pensaba volver. Algo en mí me decía que se había cumplido un ciclo. Ya. Si bien en ningún momento lo tuve del todo en claro, me daba vueltas la idea de seguir con mis textitos en privado, haciéndolos circular entre repocos amigos.
Ustedes ya lo saben. Tengo una compulsión por ordenar lo que siento mientras escribo. Porque se me mezcla todo. Lo que mis ojos me dicen, lo que recuerdo haber leído, los comentarios que escucho, lo que me gustaría que fuera, lo que me da dudas, lo que odio profundamente, lo que me causa una inminente simpatía sin saber muy bien de qué se trata.
Empecé con Mao y Lenin porque en un momento me pareció copado que otros que no conocía o que no conocía personalmente tuvieran la oportunidad, si tenían ganas, de leerlo.
El efecto, también se los conté, me superó. Pasaron muchas cosas, demasiadas. A principio de este año estaba repilas. Sentía una rebuena energía y me dije, sin ninguna razón que acompañara esa idea, que sería un año rebueno, intenso. Genial.

El horóscopo de Ludovica lo leí después. Y corroboró esa potencia que me recorría.
Empecé a anotar como loca muchas sensaciones que quería seguir llevando conmigo. Las sensaciones son mi combustible, más que cualquier otra cosa.
Cumplí años y me fui a una quinta. Tenía muchos mails que responder. De hecho el año pasado me saturé mucho con los mails. Seguro que estaba equivocada, y que sigo estando equivocada, pero en medio de tanto amor también sentí mucho reclamo. Cuando comienzan a reclamarme me espanto. No creo que esté bien, pero me pasa así.
Por ejemplo Leo Estol. Me mandó unos mails muy lindos pero con muchos reclamos. No lo hace con mala onda (Leo es un sol) pero no tenía ganas de asumir ese lugar. Cuento lo de Leo porque lo quiero un montón y sé que en muchas cosas me entiende. Pero no fue el único. En un momento lo que sentía empezó a cambiar. La energía cambió de signo.
A veces es difícil expresar con palabras todo lo que una siente, porque las palabras son maravillosas y parciales. Parciales muchas veces diciendo de más. Es difícil lograr que digan lo justo. Entonces fue cuando me revoloteó esa idea. Abandonar Mao y Lenin. Y más adelante, si me daban ganas, empezar con otro. O no sé, otra cosa.
Por ahí largarme a hacer obra. Pero no es para mí. Lo pensé mucho. Me gusta mirar. Necesito escribir sobre lo que miro y lo que me pasa cuando lo hago.
Entonces me escribió Natalí de Radar para invitarme a escribir. Me puse contenta.
Ya había tenido otra invitación. Alejandro Correa me había invitado a escribir en La Negra pero después se arrepintió, no sé por qué.

Natalí fue reamable y me insistió para que escribiera notas en el diario. Les aseguro que lo pensé. Mucho. Muchísimo. Pero después comenzaron de nuevo los reclamos; que reuniones, que esto, que aquello. Por ahí fui yo la que lo dejé enfriar. Por ahí no quería.
No sé. No es histeria. Es una indecisión instintiva. Como que a veces algo me dice que sí y otras veces me hace quedarme quieta. Como hacen los animalitos: Nada. Te quedás inmovilizada esperando a ver que sucede. Y no sucede nada.
Entonces pensás en que por ahí está bueno que no pase nada. Pero no estás segura.
Pero me pasaron dos cosas. Y las necesito contar.
Dos mails. En realidad tres porque uno se divide en dos partes.
El primero es de Lula Mari. Adoro a Lula, lo que es, su obra, su sensibilidad. La quiero un montón, y ella lo sabe. Lula odia que cuente lo que nos escribimos, pero no puedo dejar de hacerlo. Espero Lula que me perdones porque lo cuento.
Lula me escribió:

“ojala estés de vacaciones, y estés descansando del blog, y mas ojala que vuelvas a escribir pronto o no pronto, pero que vuelvas a escribir,
bueno, es que me encanta leerte.”

Lula, como Flavia Da Rin, tocan mi corazón. Es una conexión mágica, inexplicable, o que yo no sé cómo explicármela. Pero lo hacen.
Esas breves líneas de Lula me tocaron.
Como también me tocan otras palabras que suenan a reclamo pero no lo son ¡porque son una orden realizada con todo amor! Me refiero a otro mail (que tampoco contesté) de Rafael Cippolini donde me decía:

“Hacé lo que tengas ganas, como siempre. Pero ¿sabés qué? Me encantaría volver a leerte.”

Y después vino el remate. Fueron dos mails de Fernanda Laguna. Divinos. Dos mails en los que me contaba cosas decisivas para ella. Decisiones.
El primer mail es el de la foto que les muestro. Es una foto de una carta.
Me pareció tan valiente, tan fuera de lo común.
Ya sabemos que Fernanda es eso y mucho más. Pero me contagió su coraje.
Me contó por qué rechazó la oferta que le hizo ArteBA de ser la directora del premio Petrobrás. Fernanda es genial (lástima que su rechazo nos legó el desastre; por supuesto no lo digo ni por María Gainza, ni por Graciela Speranza ni por Claude Iglesias).

Acá estoy. De nuevo.
Aprendiendo cómo hacer las cosas.
Y tratándolas de hacer lo mejor que me salgan.

Gracias. Un montón de gracias.
En serio.

Los quiero.