Una vez escuché decir a Alfredo Prior que su cerebro era su taller y me encantó la frase. Hay cerebros en los que me gustaría espiar y uno de estos es el de Adrián Villar Rojas. El arte del futuro ya existe en el presente, y hace rato: es una postal del cerebro del artista; los métodos para obtener esa radiografía con nitidez, ese decorado del interior de las neuronas, se irá perfeccionando con estrategias cada vez más novedosas. Pero lo que me parece superior de la obra de este chico es que ya se trata de una radiografía o postal emocional. Todas las obras de Adrián tienen algo de traducción visual de sus notas emocionales. Dan la impresión de se no tanto conceptos sobre temarios artísticos, quiero decir, sobre discusiones estéticas, sino una narración de sus emociones a partir de los objetos más diversos. A su modo es un romántico, alguien que manda de paseo un "yo" vociferante, delicado y a la vez dubitativo. Me encantan sus relatos, sus listas. Adrián debe ser fanático del Libro de la Almohada, porque es una suerte de encarnación moderna del Sei Shônagon. Me da la impresión de ser un artista con mucha estrategia, aunque cero especulativo y concesivo con sus obras, cada vez mejor hechas. Me eloquecen sus trabajos con Lile, porque todavía no descubrí si son la banda de sonido de sus obras o al revés, o si la obra de Adrián es la puesta en escena de las canciones de este grupo. Me enloquece verlo actuar a Nicolás Bacal, uno de los mejores músicos de mi generación.